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62- días guardando la dieta que pudiera tener la dama más de– licada. Pero antes cie desempeñar estos oficios, primero se viste de luto, quiero decir, que se pinta de negro, quedando como un africano. Pregunté con mucho interés si esto mismo observaban aquellos indios que estaban tan atareados en los trabajos de Jos caucheros y que tenían que entregar el caucho bajo pena de una buena azotaina, y hasta de la misma muerte; y me aseguraron que en ese tiempo suspendían toda labor, y no hacían caso ni al látigo ni á ninguna ótra pena. Sigamos. En dichos ocho días la india asume Jos oficios del ma– rido: va á la chacra, carga la yuca, recoge la leña, etc. Mas el indio Lma vez que ha cumplido su dieta, se levanta de la hamaca, dirígese al río y co:1 un buen baño se quita la negra untura, quedando otra vez con la ropa de Adán. Después de todo esto toman al niño y, hasta la edad de uno ó dos años, le acomodan un vestido tan singular que, á primera vista, uno duda si es ó no sér humano. Todo el ct:erpo le cubren con la leche de un palo, que, en verdad es muy pegajosa, y respetando sólo la cara del niño, riegan so– bre la capa de leche la lana de un árbol que es muy seme– jante á la del balso. Vestidos así los indiecitos y encaramados en las desnudas espaldas de sus madres, ó enredándose en las piernas, parecen, en realidad, unos manitos. Con todo y teniendo sólo aquel vestido salvaje, estos indios son felices; porque estando bajo la sombra de sus padres no se verán privados de los otros medios que aun las mismas fieras pro· porcionan á sus hijos para que no perezcan. Mas, entre estas gentes, ¡cuán triste es la vida del huér– fano! ¡Que si el cielo le arrebató sus padres en tiempo de no poder por sí mismo ganarse la vida, no haya duda que mori· rá por falta de socorro humano! Lo que comprueba una vez más que el hombre pri\·ado de la fe, desconoce los víncu– los más sagrados que le unen á sus semejantes. Estos indios, al tratarse de consumar un crimen ó con– seguir algún siniestro fin, se unen y se apoyan mutuamente hasta llenar sus deseos; pero tn matt;ria de conmiseración,. y cuando se trata de hacer un pequeño sacrificio por un des– graciado, en esto, se asemejan muchísimo á las mismas ali– mañas con quienes viven. Y en prueba de lo que digo, ahí tenemos el horrendo crimen, repetido muchas veces, de ma· tar á los muy viejos, á Jos que tienen enfermedades repug· nantes y, con más frecuencia, á los niños huérfa~<os; y ente– rrarlos en la espesura del bosque, ó simplemente arrojarlos al agua, dando por razón, que sufren y hacen sufrir á los demás.

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