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- 6r ron testigos oculares. De los cantares por motivo ele dolor, sí puedo testificar, porque los oírnos muchas veces y repre– sen taban tan á lo vivo la pena q ue tenía n po1· haber perdido alguno de sus 'eres queridos, que el P. Santiago y yo nos hacíamos mucha violencia para no derramar lágrimas junto con los indios. CAPITULO VIII Tribu de los Jidúas-Aj¡radecimiento y respeto que estos indios manifie•– ta.nal Misionero-Increíblf's costumbres que suelen practicar en los nacimientos de sus hijos-Infeliz suerte de los huérfanos. E stos Jiclúas sólo d ista n de los Merecienes una hora. Yo, por tener mucha novedad e n mi salud, no tuve el placer de irlos á visitar; en cambio, varios ele ellos, junto con su Caciq ue Júcucuchema, vi niero n á verme. E l P. San– tiago y unos dos caucheros q.ue le servía n de intérpretes fue– ron á dicha tri bu, y me contaron que al Padre lo recibie– ron con verdaderas demostraciones ele cariño; obsequiándo– le, además, los frutos ele sus palmeras y muchas piñas. E l Padre regresó co ntentísimo, pues su ida fue muy oportuna para alg unos enfermos que había n estado casi ago– nizando. Parece q ue Dios, en su in fin ita misericordia, sólo les pro longaba la vida hasta q ue pudieran recibir el santo Ba uti, mo ; y luégo que se les administró, entregaron su alma al Creador. ¿Cómo, pues, no alegrarse por triunfos tan ines– perados de la d ivina gracia? T ratemos, ahora, ele las increíbles costumbres que estos ind ios y los de muchas otras tribus güitotas suelen practi– car en los nacimientos de sus hijos. He d icho increíbles, porque si yo no me hubiera encontrado con ellas, si no hu– biera te nido el testimo nio de muchos testigos oculares, de seguro que habría dudado. Pero el hecho y la realidad es como sigue : La vida que llevan las indias en poco se diferencia de la de las bestias, y á semejanza de éstas, no se preocupan ni se eximen de los trabajos ordinarios en los días que prece– den al alumbramiento. Canta n, bailan y se despreocupan como si tal cosa no fuera á suceder. El que más piensa en ese asunto es el marido, porq ue á él le toca soportar las cargas de una rigurosa dieta. Pues la india cuando yá natus est ltomo, y ha practicado los indispensables o ficios de la obste– tricia, entrega e, fruto de sus entrañas á su marido. Este lo toma á su cuidado, y haciendo las veces de madre se acues– ta con la criatura en su hamaca, y pasa en ese lecho ocho

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