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- 6o- Rompen la fiesta, ante todo, los dos tambores magua– rés. El más anciano de los indios se pone de pie, y tenemos yá el primer anillo de la inmensa cadena que vamos á for– mar. Un segundo se le acerca por las espaldas y coloca las manos en los hombros del primero. Al segundo se une un tercero, al tercero un cuarto, y así sucesivamente hasta el último niño que apenas puede andar. Hecha esta primera sarta y colocada en un lado del interior de la casa, se forma otra de mujeres, y del mismo modo que la de los hombres. Mas si el lugar no es suficiente para hacer un solo cordón con la gente menuda, los colocan, entonces, al medio y que– dan hitjo la vigilancia de sus padres, quienes les corrig~n cuando se equivocan en alguna parte de la danza. Así dispuestos, y al són de Jos tambores, comienzan á dar pasos, unas veces para adelante y otras hacia atrás; y de cuando en cuando quedan, como por encanto, inmóviles; pero todo lo ejecutan con un compás y unidad tál, que más parecen ser meras máquinas que seres vivientes. Desde que se empieza el baile comienza asimismo el canto; y éste, lejos de ser mortificante, es agradable al oído; porque entre los hombres y entre las mujeres hay voces primas y segundas, y tan bien acordadas, que resulta una armonía increíble. Con la letra y el tono del canto se llama la atP.nción para üar los pasos y demás mnvirni entos, resultando de aquí una unifor·midad admirable durante todo el baile. Después que han danzado lo suficiente dentro ele la casa, salen fuera, y sin romper la cadena van siguiendo al rededor de ella; repitiéndose muchas veces esas entradas y salidas hasta que se cansan, y luégo se entregan á comer y beber. En las grandes concurren cias donde asisten diversidad de tribus, tienen la costumbre, adf' más de la ordinaria, que es: dibujar en todo el cuerpo figurcts los más horribles, como culebras, caimanes, tigres, sapos, etc. etc.; la de exhibir cada cual sus armas, habiendo tenido primero el cuidado de afi– larlas y limpiarlas con much o esmero. Ahi tiene, Padre, en pnca; pa!:tbras una idea de los bai– les güitotos, pudiendo añadir al respecto, que el número de üanzas se saca por la diversidad de cantos; y éstos, en verdad, no son pocos. Si se trata, verbigracia, de dar sepultura á un brujo, necesariamente habrá las tres •ceremonias: toque del maguaré, canto y baile. Está en peligro de muerte uno de los Caciques, y las tres cosas, annque diferentes en la ej ecución, no faltarán. ¿Y quién podrá soportar los cantos infernales que anuncian el fin funesto de una víctima humana? Yo me horripilo sólo al recordar lo que de tales escena~ me conta-

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