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- s6- sus pequeñuelos se sentaron al rededor del patio, haciendo el oficio de espectadoras. Los indios, hasta los que apenas podían tenerse en pie por su avanzada edad, se colocaron sin orden ni concierto alguno, en el lugar de la palestra. Practicados así los preparati vos, descolgaron del techo de una casa la pelota; y ahora viene lo bonito: estando todos los indios como unas estatuas y con los ojos mirándo al cielo, uno de ellos arroja al aire la pelota, y como están muy apiñados, necesariamente tiene que topar con alguno; y éste, sin moverse de su puesto, la espera con la rodilla, que hace las veces de baqueta, y vuelve á arrojarla, y otra vez á recibirla, con t:ínta destreza y habilidad que parece ser un imán la rodilla del indio. Ahora, si la pelota se desvía algún tanto, entunces la toma otro por su cuenta, y se repite la misma escena del primero, y así sucesivamente. En estas actitudes y movimien– tos pasan horas enteras, y tan embebidos, que .se olvidan de todo. Mas las indias, si no toman parte directa, en cambio son aplaudidoras de' quien mejor lo hace. Y ¡ay! del que deje caer al suelo la pelota, porque entonces se hace objeto de las zumbas y chufletas de todos los indios é indias, tra– tándolo de inútil y cobarde, y el pobre á quien le suceda tal desgracia, queda corrido y avergonzado, llegando á manifes– tar su rubor con una cara triste y cubriéndosela con las manos. Cuando han jugado hasta cansarse, y hasta llegar á sudar á chorros, cesa la fiesta y cogen otr<J vez la pelota (corazón de Dios, como lo llaman), y la guardan en el lugar que dije; retirándose todos á hacer los comentarios de quién lo hizo mejor y quién peor. , Ahora, antes de tratar de la veneración que tienen á esta pelota, no será por demás decir el modo como la constru– yen; es muy sencillo. Primeramente cogen un pedazo de yesca y lo arredondean hasta darle el tamaño de una bola pequeña; ésta la cubren con una capa de caucho, luégo con otra de yesca, y a~í sucesivamente hasta que queda del tama– ño de una naranja. Grandísima es la reverencia que los Güitotos tienen á la pelota. No creo sea exageración si afirmo que así como nos– otros veneramo~ Ja, reliquias de Jos santos, así ellos vene– ran su pelota. Movido de la curiosidad, pre¡.(unt0 á uno de los indios más inteligentes: ¿por qué tan rara devoción á tan insignificante objeto? Y se explicó del modo siguiente: "Mis mayores, dijo, me contaron que en tiempos muy temotos habían llegado á donde ellos vivían, unos blancos ·

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