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-SS- nuestro amigo Santiago, cuya historia queda narrada yá en el Capítulo 11. Palpablemente vimos los efectos que el santo Bautismo produjo en el alma de este indio: ¡cuán diferente de cuando lo tratámos la primera vez en El Lago! En su semblante, como en sus palabras, se conocía el gusto que le causó nuestra llegada. Decíanos que había estado muy intranquilo porque -no íbamos pronto á visitarlo; que hacía barrer la casa todos los días pensando que ll egaríamos muy pronto. Asimismo nos mostró la medallita que le habíamos dado al tiempo de separarnos, en la primera entrevista; y añadió que tenía lista toda su gente para que les laváramos la cabeza; y nos importunaba por la hora de empezar la sa– grada ceremonia. Llegada ésta, Santiago desempeñó.el pa– pel del más activo sacristán. Daba vueltas y corría por todas partes ordenando y poniendo en el lugar correspondiente á los niños y niñas, cosa que en otras tribus nos era tan difícil que apenas puede suponerse. Si algunos lloraban, inmedia– tamente los hacía callar, como también hacíales señas para que abrieran la boca y tragaran la sal, etc. etc, La amistad ele este Cacique nos fue muy útil y necesa· ria; pues nos descubría y explicaba muchísimas cosas que otros esquivaban, ó huían por no comunicarnos. En cierta ocasión, por ejemplo, quisimos que repitieran en nuestra presencia algunas de las muchas diabólicas cere– monias que acostumbran practicar al rededor de la víctima humana, antes de matada y comérsela. Santiago y algunos indios más nos complacieron; y al efecto, empuñando las horribles macanas de chonta, co– menzaron á dar saltos; unas veces para adelante y otras para atrás; luégo, blandiéndolas por el aire, cantaban y lpcían tán– tos visajes y movimientos con rostro enfurecido, que muy pronto se me quitó la curiosidad de ver esas cosas; pues pa– recía ser preparativos para devorar á los presentes, y no el remedo de lo que habían efectnado, no una, sino quizá mu– chas veces. Así, pues, hicimos suspender aquello, y les rogá– mos que jugaran á la pelota, á lo que accedieron de la mane– ra siguiente: A una señal dada en el maguaré (tambor que tiene la propiedad de hacerse oír á cinco, seis y hasta siete leguas de distancia), toda la gente se puso en activo movimiento, dis– poniéndose para esa fi esta, que es casi sagrada entre ellos. Calló el magnaré y empezaron :i salir de todas las casas con dirección á uno de los patios más grandes, los viejos de am– bos ,.exos, los jóvenes y toda la gente menuda, privándose de esta fiesta únicamente los imposibilitados. Las indias, co~.

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