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54- Por supuesto estas reuniones siempre son presididas por el Cacique, siendo el primero que empieza á meter los dedos en el plato (no usan cuchara) y lamer aquella tan fuerte sus– tancia. Pronto se ve los efectos del tabaco, porque llegan á acalorarse de tal manera, que uno al presenciar esos actos, se persuade que están completamente ebrios y como poseí– dos del Diablo. Allí tratan de todo lo ocurrido en el día; de los planes que conviene ejecutar para conseguir sus malos ó buenos fines. También ,·enuevan los juramentos de vengarse y co– merse á sus enemigos. Nosotros, á pesar de estar acostumbrados á presenciar esas horribles escenas, siempre teníamos miedo, y esperába– mos funestos resultados cada vez que nos encontrábamos en ellas. Esta s reuniones nunca las hacen de día, sino que aguardan la noche, y las hay infaliblemente todas las noches. Hay también ,ocasiones en que, para resolver secretos planes, anuncian á las demás tribus una reunión general; y enton– ces, adel!lás del tabaco, se preparan con bastante polvo de · coca, para dárselo á los extraños, en señal de amistad. Por lo regular, en esas disputas, altercados y solución de sus problema>, gastan unas dos horas, y aun hay ocasiones en que prolongan el tiempo hasta cinco y seis horas; pero una vez que han terminado, reina el más profundo silencio, porque cada cual se va á dormir. CAPITULO VI Tribu de los Fayajenes (segundos)-Juego de la pelota y veneración que le profesan. El jueves, r6 de Noviembre de 1905, dejámos á la tribu de los !vlerecienes, y emprendimos nuevo viaje á pie y siem– pre hajo el tupido follaje ele inmensos árboles seculares. En estos caminos los indios sólo prestan al Misionero el ser– vicio de llevar la ropa, y cualquiera otra cosa pequeña; pero dado el caso el e que llegare á enfermar ó imposibilitarse para proseguir la marcha, no hacen como los indios del valle de Sihundoy, que fácilmente se lo ponen sobre sus espaldas y lo sacan de cualquier apuro. Habíamos, pues, andado unas siete horas, y dimos con la tribu de los Fayajenes, distinta de la mencionada en el Ca– pítulo 111 de esta segunda parte. Grande fue el júbilo que experimentámos á nuestra llegada y en los días que perma– necimos con esto,; indios, puesto que el Cacique de ellos era

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