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-52- derlo ver detenidamente. Y, en verdad, que nos sorprendió cu<¡ndo al tenerlo en las manos, observámos que en un lado había muchos grabados y líneas en todas direcciones, pero con alguna simetría. Por de pronto supusimos que pu– diera ser algún ídolo; mas uno de los indios, muy inteligen– te y que poseía bastante el castellano, nos dijo que allí esta– ba dibujado el mundo con sus mares y ríos; y que muchos de los ancianos, en ese cuero, daban lecciones á los jóvenes de cómo estaba formada la tierra; que había mares y luégo otras tierras habitadas de seres vivientes, etc. etc. Todo esto comprueba que alguien, en remotos tiempos, estuvo con elios, y para darles idea de cómo era el globo, se valió de esa,; figuras; y luégo esos conocimientos se fueron trasmitiendo de generación en generación. CAPITULO V Tribu de los Merecienes-Uso del tabaco. Si mucho se alarmaron los fayajenes á nuestra llegada, no fue · menor la apatía é indiferencia que manifestaron al tiempo de nuestra separación; y pudiera asegurar que tuvie– ron gusto de que nos fuéramos pronto. Este comportamien– to, aunque sea de salvajes, siempre hería nuestro corazón, porque la ingratitud, venga de donde viniere, hace mella en la persona benefactora. De esta tribu á la de los l\Ierecienes sólo empleámos unas siete horas. Sus habitantes no pasarán de unas doscien– tas cincuenta almas, y no hay sino dos casas. Recuerdo que el Cacique se llamaba Charocoto, pero no tengo presente el' nombre de la Cacica. Bautizámos como á unos ochenta niños y algunos adultos que estaban enfermos de gravedad.. Tuvimos noticia que varios de los indios é indias habían huido a! bosque para ver si allí se curaban (que es lo que acostumbran hacer cuando no lo consiguen eh la casa). Su– plicámos á Charocoto que los hiciera traer para darles algún remedio; pero no compareció ninguno. Entre estos Mere– cienes, advertimos que las mujeres tenían rubor de presen– tarse desnudas ante nosotros, lo que nos sirvió de buen ar– gumento para contradecir á muchos caucheros, quienes di- . jeron que la causa de no vestir á las indias é indios, no era la corrupción, ni mucho menos la mezquindad de los patro– '. nes, sino que aborrecían el vestido, y cuando se les daba, ó ' lo rompían ó lo botaban.
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