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-SI- empezó á dejarse oír un canto tan triste y melancólico, que así como nos causaba espanto, dáhanns también mucha pena, porque en mi vida no he oído un canto tan conmo– vedor como aquél. Preguntamos al intérprete el significado de aquello, y díjonos que, sin duda, alguno de los muchos que estahan enfermos moría á esas horas, pues ese canto era como un ¡adiós! que acostumbraban dar los indios en esos críticos momentos. Y así era; porque nosotros, vencidos por la cu– riosidad, encendimos una esperma y nos dirigimos hacia el lugar donde estas cosas sucedían, y vimos que se retor– cía en su hamaca un pobre indio, y otro. cerca á la cabe– cera y en cuclillas, le cantaba, al propio t1empo que con las manos y la boca estrujaba el cuerpo del paciente, por ver si 1 así podía quitarle la enfermedad. Con todos estos cuadros ¿quién hubiera podido dormir en aquella noche? Pero aún no he contado todo. Al tiempo que nos retirámos del enfermo, ·me vino la curiosidad de saber en dónde era que los enterraban, y la res– puesta fue señalarme en la misma casa y hasta en el mismo lugar donde tenía mi hamaca, las sepulturas muy recientes de los que habían muerto dos ó tres días ante; de llegar nosotros. La que estaba junto á mi cama era tan reciente, que uno de los indios por la mañana se acercó y con los píes apisonaba la tierra, porque habían dejado á medio en– terrar el cadáver. Repito, pues, que bajo todo aspecto, esa noche fue una de las más terribles para nosotros. Las .dos siguientes ya no fueron tan miedosas como la primera, porque en llegan– do el día hacíamos todo cuanto se podía para ganarles la voluntad, y conseguir que nuestra presencia no les fuera molesta~ Con estos indios, pues, estuvimos tres días y tres noches. Bautizámos á unos ochenta niños y varios adultos que estaban enfermos de gravedad. Terminaré este capítulo contándole un hallazgo que hizo el P. Santiago en esta trihu Fayajena. En uno de los postes de la ca<;a y en la parte superior, estaha colgado un objeto de figura redonda; pero que, á pri– mera vista, no llamaba la atención; pues sólo veíamos un pedazo de cuero, y nada más. En cierta ocasión los dos no!l pusimos á observarlo, y luégo nos vino duda de que algo pudiera significar aquello. Preguntá:nos á uno de los indios. ¿por qué tenían allí ese cuero? "Es de danta," nos dijo; y dándonos la espalda se fue riendo. Pero á nosotros ya nos. entró más la curiosidad, y rogámos que lo bajaran para po.

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