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E\ Cacique de esta tribu se llama Diñamuy, y la Cacica, aunque tiene varios nombres de animales (como acostum– bran ponerse), lleva no ohstante el nombre ele María. Como estos indios ya habían tenido noticia ele que íba– mos á visitarlos, se apresuraron, antes de nuestra ll egada, á sacar de sus casas algunos cráneos humanos que aún con– servaban como recuerdo de crímenes anteriores, y luégo los colgaron sobre un palo que quedaba enfrente ele una ele las casas, y cerca del camino por donde debíamos pasar nos· otros. Como se ve, esta acción revela que aquellos indios al propio tiempo que sabían que no nos gustaba la vista de aquellos miembros humanos, nos daban á entender el re– mordimiento habido por lo,; crímenes perpetrados. Ahora voy á contarle lo que nos pasó al tiempo que lle– gámos :i esta tribu. Son Jos güitotos en extremo curiosos; nada les espanta y ele todo quieren enterarse, y cuanto más rara es una cosa más fijan su curiosidad en ella. Pu es bien: ·como para la mayor parte ele ellos era la primera vez que veían sacerdo– tes; al tiempo que llegámos se levantaron todos ele sus ha– macas, nos cercaron y comenzaron :i hacer ele nosotros lo que mejor les pareció. Las preguntas se sucedían unas á otras, y 'nuestras res– puestas eran acompañadas de alarmantl"S risotadas. Entera– dos que estu\·ieron del lugar el e nu ~stro nacimiento, de nuestros padres, ele nuestros nombres, como también del fin á que habíamos ido, continuaron con un prolijo examen ele nu estro cuerpo y vestido. El uno me tocaba los anteojos, el otro se reía del cerquillo, aquél me cogía del capucho, y todos fijaban la curiosidad en mi pobre persona. Entre todos, la que más se distinguió en dicho examen fue la Cacica María: unas veces metía las manos en mis bol– sillos; otras, desabotonándome los puños de la camisa, pasa· ba sus ásperas manos sobre mis desnudos brazos. Todo, en fin, le ll amaba la atención, y ele todo se reía haciendo coro con los demás. En e;os momentos mi contiicto era el no poder hablarles ni entenderles su dialecto: comprendía, sí, que mucho se -ocupaban ele nosotros; pero no alcanzaba á discernir si era en bien ó en mal. No obstante, siempre tuve algo de miedo; pues la María no satisfecha con lo yá hecho, se acercó nuevamente á donde yo estaba sentado y comenzó á levantarme el hábito; viendo que tenía ropa interior, se apresnró á desatarme las presillas de los calzoncillos y descu– brirme las pantorrillas. En estos compromisos recuerdo que me azoré muchísimo, y sólo le permití lo que se podía. Como

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