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-- 42- Por una casual idad, el día de la ceremonia, llegó á ese lugar el Sr. G1·egorio Calde1·ó n, uno de los más ricos del Ca· quetá; y fu e el padri no ele n uestro Sa ntiago. Po r tan gran triunfo h icimo-; un a peq ueña fiesta, ~n . la qu e tomaro n parte varios hhncos y algun os Güitotos. El nuevo cristi a no qu edó trasformado en un todo, y como de– bía regrcsarsc nu evamente á ~u t1·ibu, ;1 ] tiempo de despedir– se clíj ome que se iba muy contento ; i1witóme á qu e fu era i su cas;1, añadi endo, además, qu e co ntar ía á su gente todo lo que había pasado. Nosotros le d imos esperanzas ele irl os á visitar; y cua n– do, después ele alg ún ti empo, cumpli mos nuestros deseos, Santiago Calderó n (tál fu e el apelli do q ue recibi ó en el Bau– tismo) nos recibió co n cariño, como to diré en su lugar. Nosotros también el 24 de Octubre, desp ués de celebrar la santa Misa y dar las graci as al joven Gasea, por la bu ena acogida que nos hizo, emprendimos ele nuevo el viaj e. Sólo dos horas anduvimos por las ag uas del Putumayo y llegá· mos á la desembocadura del Caraparaná. Dejemos, por fin, el pintoresco cuanto terri ble Putu– mayo. ¡Adiós ! lugar de tin tos cr ímenes ! ¡Adiós ! depósito de un sinnúmero de cadáveres. ¡Quédate g uarda ndo en tu seno las lágrimas de la vi uda, los ¡ayes ! del huérf<t no y las glo– ¡·ias de muchos mártires del verdadero progreso ! E ntretan– to nosotros li bres ya de los molestos é insufribl es mo,;qui tos nos sentimos á las oril las del Carapara ná á comer un fr uga l almuerzo que consistía e n un poco ele arroz y un loro, el cual en la noche a nterior nos lo había preparado una india güilota. Muy por la tarde del mismo día llegámos al punto de– nominado Correntoso, vivien d;t del incl ieci to Juan Bautista Tama. E ste y otro que existen en El Encanto so n el brazo derecho del citado Gregnri o Calderó n. A no haber si do por ell os, di cho señor hubiera tenido un revés de fortuna, p ues al ausentarse para el Tol ima, todos los ind ios que le perle· necian estu vieron á punt o ele huir; ma, la tácti ca y buenas maneras ele los dos, hi cieron que desistieran. Después de bautizar un os siete párvu los y casar á Juan Bautista, continuá rnos co n fe li cidad l;1 navegació n hasta la prin cipal Agenci a de este río, muchas veces ya nombrada, que es El Euca nto. Creo que de este punto, si to en la mar– gen izquierda del río Carapa1·an á, hasta el lugar do nde el Pu– tumayo recibe el tributo de sus aguas, sólo había unas, catorce horas de navegación. Por muchos moti.vos resolvimos con el P. Santiago per-

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