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-41- al lugar de tormen tos. (Tienen los Güitotos idea basta nte clara de un lugar de premio y otro de castigo). -No soy ta n tonto, añadió, para irme á padecer á ese lugar de tormentos. -Si no fueres bautizado. te perderás del cami no q ue lleva al cielo, y ¿entonces?. . . Después de una risotada'añad ió: -Aquí en estos montes que hay tántos caminos y yo q ue ando de noche no me pierdo ; ¿y me voy á perder allá q ue, como me d ijiste, hay sólo dos caminos? Con fieso, Padre, que ya no se me ocurría n argument_os tan materiales como los dichos, para vencer á mi adversan o. Pero Dios que q uería salvar esa pobre alma ta n ofuscada en la materia y el error, me alumbró un medio sencillo, y al parecer contraproduccntem, para persuadirte que se hiciera cristiano. H é aqu í lo que pasó : Hasta en tonces me había portado yo con mucha pa– ciencia y du lzura; mas Yiendo q ue nada conseguía, levan té la \"OZ, mudé de st>mblante y en tono amenazante le elije: Debes saber que es Di(l S el que nos ha mandado á estos lu– gares para q ue bautizáramos; y tú, desobedeciendo á nos· otros desobedeces al m ismo Dios; por lo cual está enojado. Este modo, pues, amenazante excitó la curiosidad en el Ca– ciq ue, y q ueriendo saber lo que yo había dicho, preguntó á mi intérpretl', q uien le satisfizo, diciendo : "Asegura el Jusi– ñamuy que Dios está muy irritado contigo, porque no te dejas bautizar."- "¿ Y es ,·erdad q ue D ios está enojado?" -- ''Sí, sí, es muy cierto todo lo q ue d ice el Jusi ñamuy." ¡Quién lo creyera, Padre mío! Pues el indio con mucha h umildad añadió : "Lá,·ame la cabeza. "X o quiero que Dios sea mi enemigo." El gu~to y placer que mi alma sintió en esos momentos no son para escribirlo-;. Sólo diré que el Señor nos recompensó "'perabundantemente le dos los trabajos habidos desde q ue salimos de l\Iocoa hasta ese punto. Si– gamos. Después·de dar un estrecho abrazo á mi q uerido Caci– q ue, continué instruyéndolo para hacerlo más digno del sa· c ramento regenerador. An tes de derramar el agua sobre su cabez;¡, díjele que era costumbre de Jos hij os de Dios llevar un nombre ele los que ya estaban en el cielo, para q ue fu eran n uestros amigos y nos libraran de muchas desgracias. Convino en esto. ¿Quie– res llamarte Jacinto?-Nó : tú eres bravo. (Es que conmigo pasó la disputa, le pareció que era, en verdad, bravo). - Quie– res llamarte Santiago?-Sí. Y fue el nombre que le pusimos al tiempo ele hacerlo cristiano.

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