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-40- no causaba la muerte. Mas él, de una man era bastante brusca, añadió: "Ese otro Jusiñamuy (Dios; (refiriéndose indudablemente al P. Basilio, qui en, pcocos años antes 1 ha– bía estado con ellos) cuando vino lavó la cabeza á unos in· dios y se murieron." Cuando mi ad,·ersario quería con esas razones e''adir el santo Bautismo, cor¡ calma le repuse: que el morirse no era porque se les lavaba la C«heza (así di cen para indicar la ceremonia del Bautismo); y en prueba de ello, qu e se acordara cómo sus mayores yá se habían muerto á pesar de que ningún J usiñamuy les lavara !'! cabeza. A estas y á otras razon es me respondió con una salvaje risotada, al propio tiempo que me volteaba la espalda. No se me pase por alto que esta escena sucedía en presencia de veinte ó más güito– tos, quienes, con pocas excepcion es, eran de Jos mismos sentimie ntils que nu estm contendiente. Y yo, al ver qu e el Cacique se me quería enojar, desi stí, por un momento de la disputa, confiando en qu e ie pasara el mal hun¡or; y luégo, con buena cara y haciéndo le algunos halagos, le dij e sencillamente : ¿Qni eres ve<· á Dios ? Hice esta pregu«ta persuadido de que me contestaría de un modo afir– mativo, y yo á la vez poder añadir, qu e si no se bautizaba no podría verl o. Mas la respu esta desco ncertó ror completo mi plan; porque sin ningú n am bag·~ elij o : "¡Eso sí que está trabajoso! ¡l\Iuy lejos ! ¡:\unca llegaré !" Supuso, pues, el po brecito, qu e para ver á Dios era n ece– sario tomar una ca noa y na\·egar aguas arriba. Esto compren– dí que quiso decir cuando se exp licaba por señas, al mi smo tiempo que nos mostraba el río. Después de.lo dicho, pasó entre los dos una especi e de diálogo; porque el indio para todo tenía dudas y objecio– nes. Díjele, pues: -Hijo mío, á Dios se ve después que uno ha muerto. -Yo no quiero morir. -También tus mayores no quisie.-on, y no obstante se murieron. -Después de muerto nada me importa ver ó no á Dios. (No creía en la inmortalidad del alma). -Nosotros, hijo, no somos como los monos, loros y peces, para quienes con la muerte se acaba todo. Tenemos una cosa, dentro del cu erpo, que se llama alma, y ésta nunca muere; y si es ·bautizada irá al cielo cuando haya muerto el CU\!rpo. -Yo me he de ir al cielo. -Si no te dejas bautizar, no: y aunque no quieras, irás
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