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la manifestó á quien adolecía del mismo mal. Traíame á h memoria el gozo que reina 'en nuestros conventos y en el corazón de cada uno de nuestros hermanos, cuando cele– bran las glorias del Serafín de Asís; y al enconh'arnos lejos de ellos, en estos desiertos y soledades, de:'provistos hasta de lo más necesa rio, se redobló nuestra pena y nostalgia. En los 17 clias que permanecimos con los Sr·es. Cabre– ras, no perdimos ocasión de adquirir datos sobre el modo ele atraer á los indios, asi como de sus costumbres y man era de vivir. Muchas de estas cosas observámos prácticamente; pues en aquellos días llegó la tr·ibu ele los indios Bochanisa· ycs con el caucho para sus patrones, y como se demoraran algún tiempo en Nueva Gmnada, presenciámos varias de sus costumbres. Después de todo esto, y con algún temor sobre cuál podría ser nuestra suerte en medio de las tribus salvajes, nos despedimos de nuestros caseros y de toda la Expedición; y poniéndonos bajo la protección del cielo y á merced de las agu<Js, empezámos á desanclar el Putumayo para tomar el río Caraparaná, cuya ruta habíamos escogido. Suced ía esto el 19 de Octubre, día, bajo todos respectos, penosísimo para mí, pues á poco tiempo ele haber n ~n·egado, me sentí con fuerte dolor á la cabeza, pronósti co del ataque ele bilis que luégo experimenté. El sol de ese dia era casi tropical; el vaivén ele la canoa, mortificante por demás, pu es sabido es cuánto se lucha contra la corriénte ele las aguas; tocio, en fin, contribuyó para que se a.:;ra,·ara mi enfermedad. En esas ocasion és, ele un modo especial, el R. P. San– tiago redoblaba su caridad con su pobre hermano. Unas veces me h:1cía recostar en las rodillas para evitar el que me cayera al agua; otras, oh·idánclose de su propio cuidado, con una mano ponía el paraguas sobre mi ca hez:¡ con el fin ele hacerme sombr·a, y con la otra ahuyentaba las nubes ele mos– quitos, que sin compa<ión me chupaban la s<~ngre. ¡Qué consuelo es rara uno, en esos desamparos, tener quien se conduela! Siete hora,; habíamos anclado con estos trabajos é inco– modidades, y 1;¡ noche ya nos cogió en El Lago, puerto del laborioso antioqueño Rubén Gasea. Todos per:sábamo,; que aquella noche lo sería de eles– canso para aliviar las fatig ·•s del alma y del cuer·pn; empero, el Señor fue servido ponie nd o á mayor prueba la paciencia de su·; Misioneros, del modo y manera que voy á decirle. Como la habitación del Sr. Gasea se encontraba dentro del monte y algo retirada del río, y por otra parte, estaba..

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