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.. . - 31 A nuestros cantos seguía el de las avecillas del cielo, que en esos lugares son tántas y de tan variados colores, y sus armonías sólo inferiores á las de los ángeles. ¡Bellas ma– ñanas que nunca os olvidaré! Invocando, pues, á la Estrella de la mañana, era muy justo que Ella nós llevara con felicidad; y así fue: porque siendo tan deleté,·eos aquellos lugares, existiendo plagas in– soportables, no faltando la víbora, tigres, caimanes, etc. etc.; durmiendo casi todas las noch es á campo raso, y muchas con la ropa mojada, es de admirar cómo :í ning uno nos hayan dado las fi ebres, que son tan frecuentes en el Putu– mayo: ¡es que María iba con nosotros! Ahí tien e, Padre mío, en pocas palabras demostrada la protección del cielo y el sentimiento católico ele nuestros expedicionarios. Ahora, si quisiera detenerme en la narración del patrio– tismo que manifestaron en medio del sufrimiento _y abando– no indescriptibles, fuera para no acabar. Con tocio, aunque ·con brevedad, me permito decir algo, pues estoy con·.renci– do de que saldrán á luz los informes que rendirán sobre di– cha Expedición las personas á qui enes toca hacerlo; y allí se verá el cúmulo de sacrificios que hicieron por su Patria. Nadie, sino quien conoce estos desiertos, pu ede formar– se una idea de lo mucho que debe padecer quien llega al es– tado ele encontrarse sin víveres, sin vestido y sin dinero. Pues bien; la Expedición estuvo provista de estas cosas sólo para cuatro meses, en la persuasión de que sería tiempo más que suficiente para llenar su cometido; empero, por causas imprevistas, no pudo estar de regreso sino después de un año. Ahora bien; terminados los cuatro meses, se terminó también lo demás, y comenzaron á soportar las terribles consecuencias ele la escasez. Unos quedaron sin sombrero, y soportaban con heroísmó los rayos ele un sol abrasador; otros, faltos de ropa, eran víctimas ele las nubes de mosqui– tos, y para muchos el mismo vestido era una grave mortifi– cación; pues ya sabemos lo que sucede, en lugares ardien– tes, al llevar mucho tiempo al cuerpo un solo vestido. Más aún: cuando, después ele mil molestias y contra– tiempos, pudieron llegar al Caraparaná, lugar designado por el Gobierno para que se estableciera una Aduana, se encon– traron (creo no exagerar) en la última miseria. Y este fue el motivo porque el General Monroy para que no pereciera toda la gente, tuvo que dividirla en varios grupos y colocar– los en las Agencias de los comerciantes, para que así pudie– ran ganarse la vida. ¡Allí, entonces, era de admirar la pa·

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