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-26- un naufragio. Obedeciendo todo esto i que la imaginación se exaltaba en el sueño por causa de los peligros que había– mos tenido durante el día. Sigamo~. En Buenos-Aires tuvimos el casual encuentro de una tribu de indios güitotos, llamado• por otro nombre los Cai– mitos. Estos infelices, dependientes del citado Felipe, tienen sus casas y sementeras á un día de camino de este lugar y hacia la parte izquierda del Putumayo. Cada tres ó cuatro meses suelen salir á la casa de su patrón llevando el cau– choque en ese tiempo han podido extraer; y en habiendo hecho la entrega, tornan nuevamente á sus viviendas para seguir la misma labor. Por otra parte es asaz dificultoso el camino que conduce á ellos, y aun el guía, si no es bastante práctico en aqnella parte del Putumayo, puede con facili– dad pasar de largo sin darse cuenta del tal Buenos·-Aires. Esta ha sido la causa porque nuestros Padres en las corre· rías que han hecho por este río ni siquiera han sabido del lugar en donde viven los Caimitos. Lo mismo hubiera pa· sado con nosotros; pero hubo la circunstancia de que un comerciante que se nos adelantó, llegó precisamente cuando los indios estaban ya de regreso y les dio la noticia de que al siguiente día debíamos estar allí nosotros: y esto les fue suficiente para suspender el viaje con el fin de conocer al Misionero. Pues á decir del Sr. Losada, nunca. habían visto sacerdote alguno, á excepción de tres indios que acompaña– ron á ~u patrón hasta !quitos. A nuestra llegada (aunque juzgo obedeció ·á la presen– cia de los soldados), se escondieron casi todos los indios, y sólo el Sr. Losada, con cinco· blancos dependientes suyos, salieron á recibirnos. Dicho señor nos dijo que los tenía reunidos á todos, pero que al tiempo de cumplir con los deberes de urbanidad se habían escondido. Varios de los indios estaban encerrados en un cuarto de la misma casa, y con mucho trabajo conseguimos el que salieran; á otros que se habían escondido en las chacras in– mediatas, fue necesario amenaza r·les con severo castigo para que se presentaran. Comprendi que los indios tenían mucho miedo á aquel señor, porque á sus gritos y amenazas pronto se reunieron, y nosotros tu.vimos la oportunidad de mos– trarnos accesibles y riarles á conocer nuestro amor y campa· sión hacia ellos. Esto último, en semejantes ocasiones, no cuesta mucho; pues basta pensar en que por estos infelices también sufrió la muerte nuestro Redentor, y en que son nuestros hermanos y tan herederos como nosotros del reino de los cielos. Pero al ver su modo de vivir, que casi en nada
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