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-25- lado, y los delfines que jugueteaban en sus tranquilas aguas, todo convidaba á bendecir al Autor de esas maravillas, y re– petir emocionados aquel "Can/ate Domiuo canticum novum, quia mirabilia fecit." (Ps. 97). Desde dicho lugar hasta Güepí, agencia del Sr. Anto– nio Angel, sita en la margen izquierda, hay por lo menos unas 19 leguas. Güepí en la actualic!acl ha perdido por com– pleto su adelanto y progreso anteriores. Allí no vimos cosa de especial mención, y así después ele unas dos horas, lo su– ficiente para que prepararan el almu erzo, entrámos con deses– peración á las canoas, pu es el mosquito, que hay en abun– dancia en aque l lugar, nos hizo muy mal recibimiento. Siguiendo el cauce del río, unas trece horas más, tene– mos á Micuntí en la misma ribera. Es una altura algo con – siderable, y en donde, 32 años atrás, existió un pueblo ele negros brasi leños. Personas que conocen la historia del Pu– tumayo me aseguraron que una peste traída por uno de los vapores en aquel ti empo, sen tó sus reales en Micuntí, y mu– rieron casi todos sus habitantes: algunos que sobrevivieron á la catástrofe, abandonaron sus casas y sementeras y se fueron á su país natal. Lo cierto es que hoy no hay vestigio alguno de ese pueblo. Desde este lugar hasta Buenos-Aires, vivienda del Sr. Felipe Losada, empleámos tres días y medio. En este trayecto el Putumayo aumenta el· caudal de sus aguas con los que le dan el río Caneaya y el Curil la. En cuanto á nuestra navegación, puedo decir que hubo de todo: grandes alegrones, y no pequeños sobresaltos y te– mores nocturnos. La hora de la pesca, que ordinariamente la hacíamos desde las seis hasta las siete d e la noche, era tan divertida y abundante que nos hacía olvidar las molestias y penalicl:<cles del día; pero cuando el cielo rompía sus catara– tas en altas horas de la noch e, y el viento empezaba por cles– truír la multitud ele pequeños ranchos que la tropa y los indios habían fabricado en las inmensas oril las del río, y el agua á agitarse hasta formar oleajes sobre los que, como cás– caras de huevos, saltaban las canoas; y fina lmente, cuando, por la oscuridad de la noche, se declaraba la confusión; eran á no dudarlo momentos que exigían mucha presencia de ánimo y no poca resignació n. De mi parte le confieso, Pa– dre, que á consecuencia de estas borrascas y malos tempora– les, quedé por algún tiempo bastante nervioso. Unas veces asustaba al P . Santiago con los gritos q ue daba al dormir, porque soñaba que los tigres, las culebras y otros anima– les feroces se acercaban al 1 ugar ele mi descanso; otras, co– ·menzaba á fatigarme como quien lucha y se desespera en

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