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-24- CAPITULO VIII La Concepción-Recuerdos del R. P. José Lafnez-Giiepí-Micuntí (antiguo pueblo de negros bra.sileños)-B uenos-A ires-Casual encuentro de una tribu de indios güitotos, denomínados los Caim.i.tos. El día r9 ele Septiembre salimos todos reunidos de Mon– tepa; y despu és de haber navegado unas tres horas el Pulu– mayo, aguas abajo, encontrámos por la parte derecha del mismo río, el San Miguel. Este, en el lugar de su confluen– cia, me pareció tan caudaloso como el mismo Putumayo. La aurora del zo del mismo mes nos brilló en La. Con– cepción, dugar que recuerda el antiguo pueblo de indios, con quienes viviemn algunos meses los infatigables jesuitas, Padres José Segundo Laínez, José Piquer y el H ermano La Plata. A su vista agrupáronse en mi mente tristísimos recuer– dos. Aquí, y en tiempos no muy remotos, se tributaba culto de adoración al Dio; de los ejércitos; aquí, apóstoles de la caridad, que desde lejanas tierras habían ,·en ido en alas de amor, ofrecían el incruento Sacrificio de nuestros altares, y oraban por los pecados del pueblo. ¡Bend ita tierra, me de– cía, qu e esti humedecida con las lágrimas y sudores de los virtuosos hij os de Loyola! Y más bendita todavía, por ha– ber guardado en su seno el cuerpo del bienaventmado P. José Lainez, quien i semejanza del Buen Pastor, pasaba por estos lugat·es haciendo el bien á tántos infelices que estaban sentados en las sombras de la muerte, y dio su vida en muy temprana edad (murió á los 36 años, el 27 de Junio de 1848) por amor á sus ovejas errantes en estos montes. T odos estos recuerdos, en ese momento, me impre~ionaban; y hasta unas dos palmeras que tímidas se levantan en la orilla izquierda del río, únicns vestigios del pueblo de La Concepción, y tes– tigos quizá ele los postreros momentos ele dicho Padre, todo, todo contribuía para que la. mente se exaltara y fuera más tétrico aquel lugar. Teniendo en cuenta. que los juicios del Señor son muy diferentes de los de los hombres, el P. Santiago y yo enco– mendárnos á Dios el alma del adalid, é hicimos también que la tropa honrara su memoria con una marcha fúnebre. Dejando La Concepción á nuestra izquierda, continuá– mos la navegación, admirando el poder y bondad del Señor, qué graneles se ostentaban en aquella mañana. El melodio– so cantar de las aves, tan bellas y dt: varios matices; el ma– jestuoso río sembrado de palmeras y bambúes á uno y otro

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