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-23- lo para el Misionero, al saber que lo quieren y respetan, y que es el único en quien pueden confiar. Tienen razón en creerlo así: porque si me pusiera á contarle las fechorías, engaños y vejámenes de muchos comerciantes, es para admirar cómo todavía vivan los indios en esos lugares, y no se hayan transmontado huyendo de los que tan mal trato les dan. Al siguiente día de ocurridas estas cosas, llegó sin no– vedad el P. Santiago con la mitad de la Exp edición; y desde este punto anduvimos ya juntos hasta Tres-Esquinas (con– fluencia del Orteguasa con el Caquetá), en donde hubo ne– cesidad de separarnos de nuevo. Lo que motivaba unas veces el adelanto de unos y otras el de otros, era la falta de buenas canoas y la urgente nece– sidad de llegar pronto al río Caraparaná. Para remediar lo primero y cumplir con lo segundo, nos adelantábamos al– gunos en las mejores canoas, con el fin de tener arreglado el viaj e para los que venían atrás; y éstos se quedaban luégo reparando ó embalsando las embarcaciones que lo necesita- ban para asegurar la navegación. , Cinco días permanecimos con los indios de Montepa. En este tiempo se familiarizaron mucho con los soldados; y si al principio huyero n de ellos, luégo tomaban, con gusto, parte activa en los juegos que, por distracción, formaban en las noch es de luna. También eran muy exactos en la asisten– cia á la misa y demás actos religiosos, manifestando asimis– mo como una pasión por oír cantar; lo que tuvimos ocasión de notar cuando, según costumbre, después de las Letanías Lauretanas, entonábamos á coros, los gozos de la Divina Pastora. También en este lugar, después que estuvieron muy bien arregladas las cinco canoas, tres grandes y doi pequeñas que fue el total de las que llevábamos hasta Nueva Granada, pusimos toda la expedición bajo el amparo de la Santí– sima Virgen, y, antes de volvernos á embarcar, bendijimos dos nuevas: á la una se la denominó Becerra y á la se– gunda Reyes. Terminada la ceremonia (la qu e se hizo con la solemnidad que permiten esos lugares) hubo salvas de artillería en honor de los dos personajes; y mientras que las montañas de uno y otro lado del Putumayo repe,tían con su eco el ruido aturdidor de las descargas, nosotros íbamos de– jando el puerto de Montepa.

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