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-22- que tremolaban sobre las canoas; mas, por estar yo acos– tado,- no pudieron verme á mí; y como se les había anun– ciado que iba con la Expedición el Misionero, á quien ellos quieren mucho, todo esto contribuyó par-a que formaran la resolución de abandonar sus casas é irse monte adentro. Lo cierto es que al desembarcar nuestra gente no encon– tró un solo indio. A mí, con mucha caridad, me llevaron desde la canoa á una ele las casas más inmediatas, y colocáronme sobre una ancha tabla, que los indios suelen tener para sentarse, en sus grandes reuniones. Supliqué á los so ldados que me cu– brieran la cara con una sábana, para que los mosquitos no me picaran, y que me dejaran tranquilo. Todo esto pasaría á la trna de la tarde, y á las seis p. m. me despertaron mis compañeros, debido á que, por causa de un aguacero y estar desmantelada la casa, me caía el agua encima. Luégo levantándome fui en busca del General, quien se admiró de mi pronta curación. Ordenó que sirvieran la comida, á la que asistí con pocas disposiciones todavía, pero con mucho con– tento, pues ya me había pasado la enfermedad. Al verme los indios, empezaron á salir de sus casas, y, con su Cacique ó Capitán á la cabeza, fueron á visitarme, llevando algunos plátanos y una ó dos piñas. Hecuerdo que los soldados les decían en mi presencia: "No veis cómo no ha sido men– tira de que Ta1ta Padr-e estaba aquí? ¿por qué se huyeron?" Y ellos por respuesta sólo se reían. Lo que había ocurrido, pues, fue lo siguiente: Al ver que no había un sér viviente en todo el pueblo, varios de los soldados se fueron para el monte por ver si daban con algún fugitivo. Pronto vieron por medio de los árboles, á uno que estaba escondido: lo llamaron, diciéndole al mismo tiempo que no tuviera mie– do; pero esto bastó para echar á correr montaña adentro. Siguieron en pos ele él amenazando de que si no paraba le harían fuego; mas todo era inútil. Entonces se le ocurrió á uno de los soldados decirle: ''Taita Padre está en la casa, vino con nosotros; vayan á visitarlo." Oyendo esto el fugi– tivo disimuladamente suspendió la carrera, y esperó que le hablasen ele cerca. Con prudencia y buenas palabras hicie– ron que se le fuera el miedo, y lo persuadieron ele cómo era verdad que yo estaba en la casa. Cuando por sí mismo es- . , tuvo cerciorado, fue á avisar á los demás que por allí cerca estaban, sin clucta, observando todo. A hurtadillas entraban, cada cual á su casa, y dentro ele poco tiempo estuvieron todos reu nidos. · Todo esto, como se ve, Padre mío, es de no poco consue-
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