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-20- Le contaré, ahora, asuntos de otra naturaleza. Para infundir en los indios mayot· respeto á lasceremo· nias que usa la Iglesia en la administración de los Sacra– mentos, procuraba que asistieran los soldados, oficiales y el mismo General. Sin ninguna repugnancia y con la mejor voluntad accedían éstos á mis deseos: sobre todo el último, que no sólo gustaba de asistir, sino que también se compla– cía en servir de padrino en los bautizos de los incliecitos, y al acabarse la ceremonia hacíal es pequeños regalos: á unos les daba liencillo para que hicieran cuzmas, á otros les regalaba pañuelos, chaquira, espejos, etc. Así era como se hacía qw;rer; y como veían que él mandaba á los demás soldados, poco á poco se les fue disminuyendo el temor habido á las armas. Entre las varias cosas que ocurrieron en la administra– ción de los Sacramentos, merece especial mención el casorio del indígena Emilio Carvajal con Lucincla Culantro. Al tiempo que yo estaba preparando á los dos contra– yentes, se me acercó el General, y con algo de curiosidad dijo: Padre, ¿y estos indios qué le pagan de derechos? Es– pere un momento le dij e, y ya verá lo que me dan. Lu égo pregunté á los novios, qué era lo que iban á darme. Entre ellos, y en su dialecto, hablaron un poco; después se levan– tó el indio y cogiendo un pollo lo puso e n mis manos, aña– diendo que me lo daba por pago ele su casorio. Como es de suponer, la franqueza del indio y lo que me dio, fue causa de que el General se echara á la hilaridad. Y yo le elije que aquello era lo que regu larmente daban esos pohres indíge– nas; pero que lo hacían de buen corazón, y si no pagaban más, era porque no tenían. Después de todo esto ofrecióseles dicho señor á servir ele padrino, siempre que ellos así lo qui– sieran; y los novios sin ninguna repugnancia lo aceptaron: lo cual comprueba que no son aferrados en sus costumbres como los del valle de Sibundoy. Llegada, pues, la hora de la ceremonia, ,·istióse de gala el General; hízose acompañar de los oficiales y algu nos sol– dados, y luégo se encaminó á la capilla provisional, en donde estaban los contrayentes llamando la atención de cuantos los miraban, por sus raros adornos tanto en el • vestido como en la cara. Inmed iatamente procedí á la ben– dición de dicho matrimonio, y luégo celebré la santa misa, durante la cual los indios permanecieron como unas esta– tuas, sin darse casi cuenta de lo que les pasaba. Esta solemnidad, como ellos me dijeron, les había gus– tado muchísimo. Y yo á la vez di las gracias al General;

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