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- I9- Prcguntábanme con mucho interés sobre el motivo de la Expedición; por qué iba yo con soldados; si era para matar á los indios ó á los malos blancos, etc. Yo les satis– facía la curiosidad, procurando llevar la cosa por la parte halagüeña para ellos, contestándoles: es con el fin de fa vore– cer á los pobres indio>; pues habíamos sabido que ciertos blancos habían matado á unos gü itotos, y era de c<tstigarlos severamente, etc. Luégo uno de los más ancianos dijo: "Taita Padre: ¿Y otra vez será ese vapor pasando por aquí?" Yo que ignoraba la causa de esta pregunta, contesté cate– góricamente con entusiasmo, que sí, y que dentro de poco tiempo verían por el Putumayo lanchas y vapores carga– dos de ropa, machetes, espejos, ch<tquira y demás objetos que á ellos les gusta. Entonces mi interlocutor añadió: "Así ya no bueno; mío gente será vi\·iendo mejor otra par– te; porque no gusta vapor." Y preguntando la caus'l de no gustarle, contestó: "No vis que yevó mío mujera? eyo hijo (señalando á otro indio), robado tiene; y otro gente, robado tiene. Así ¿cómo querer nosotros vapor?" Al oír esto, me puse con detención á averiguar lo que había pasado con ellos, y la historia es como sigue: En tiempos no muy remotos (pues aún viven quienes presenciaron la cosa) 'subió un vapor las aguas del Putuma– yo, y fue para todos los indios, por naturaleza curiosos, oca– sión de admirar. Para cebar mejor su curiosidad subieron al vapor, y lo registraban tocio, sin poderse dar cuenta ele cómo andaba esa mole con tánta velocidad; y á lo mejor, que no empleaban los blancos el can<tlete ni la palanca para moverla. Pues bien; ¿qué sucedió? Que mientras estaban los indios embebidos en la observación de la maquinaria, el Capitán y los demás que convinieron en el crimen, alzaron anclas y se fueron robando algunos indios é indias, los que luégo desembarcaron en uno de Jos puertos del Brasil, y no se ha sabido ele ellos hasta el día de hoy. También añade la historia, que en el momento del conflicto varios indios se botaron al río, salvándose unos, pero otros se ahogaron. ¿Qué le parece de los autores de este crimen? ¡Bendito sea Dios que tiene preparado el infierno para todos aquellos á quienes la justicia humana no castiga! Entre esas víctimas inocentes iba también la mujer del indio que decía no gustarle vinieran vapores; y por Jo na– rrado tenía motivos suficientes de desearlo así. Procuré des– preocupado diciéndole que los que han de venir no serán tan malos como los otros; pero comprendí qu.e él no se avenía con lo dicho.

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