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- r8 desaparecen como por encanto los dichos insectos; ¿no se harán desear y no será justo decir que son bellas y encanta· doras las noches de verano en el Putumayo? Para terminar este capítulo diré también algo de lo que pasa en los tiempos de invierno. En esta época, á consecuen– cia de las graneles riadas, no sólo desaparecen las inmen– ·sas playas, sino que quedan sumergidas todas las pequeñas elevaciones existentes en las márgenes del río, y de ahí que el viaj ero, quiera ó no, y contra toda su voluntad, ti ene que pasar el día y la noche dentro de la canoa. Los que ya son prácticos, no olvidan que hay que ll evar dentro de la mis– ma canoa una buena provisión de leña seca y otro tanto de arena. Sobre la arena se coloca la leña y se enciende el fue– go para preparar la comida. En llega ndo la noche se bus– can los árboles más elevados, y á ellos, con fu ertes bejucos ú otra cosa semejante, se atan las embarcaciones con el fin de asegurarlas y de este modo pasar la noche. Debido á ese modo ele dormir, los sobresaltos nocturnos causados por el terror, las desgracias y peligros, son tántos y tan frecuentes, que sólo los podrá apreciar quien se haya visto en estas circunstancias. CAPITULO VI Yasotoaró-Un matrimonio solemne-Apreciables prendas del General Monroy. Unas ocho ó diez leguas antes de Yasotoaró tiene el Putumayo un pequeño afl uente llamado Cuembí, ó Cuimbé según otros, en este afluente, cuyas aguas entran por la ban– da derecha del Putumayo, existió años atrás un pequeño pueblo de indios, pero en la actualidad no quedan sino el nombre y el lugar. El día II de Septiembre llegámos al pueblo de Yasotoa– ró, sito en la orilla izquierda del mismo Putumayo. Aquí nos reunimos con el P. Santiago, qu ien se había adelantado desde San José con algunos de la Expedición, por los moti– vos que ya he mencionado. Los habitantes de este lugar son de iguales costumbres . y dialecto de los yá mencionados. Su po blación total no pasará de unas sesenta almas. La temperatura ordinaria es de sólo 26° R. Ahora voy á contarle una triste historia, que estos indios y los de Montepa la recuerdan con mucho enojo, y con ra– . zón. Por ella vendrá V. R. en conocimiento de la inhuma– nidad de ciertos coinerciantes de antaño con estos infelices.
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