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- 13- testimonio de los comerciantes, quienes para que los indios no los aborrezcan y poder continuar en sus negocios, procu– ·ran no darles que sentir en esta ma,teria; siendo, por el con– trario, malquistos aquellos que ponen los ojos en sus muje– res. ¡Ejemplos son éstos, Padre, que reprenden mucho á las cultas naciones de nuestros tiempos!; y son de mucho con– suelo para el Misionero. Empero, si nuestros dieganos se hacen acreedores al amor y simpatías de todos cuantos hemos admirado esas be– llas prendas, no sé, por el contrario, cómo merecen que se les trate por el salvaje desprecio que hacen de las pobres in– ·dias en el tiempo de su natural enfermedad. Juzgan estos ignorantes que aquello es una cosa contagiosa, y para evi– tarla cuidan de edili.car lejos de las demás chozas, una, en su total, diferente de las otras. Esa casucha tiene el nombre de Galli11ero, y las mujeres en el tiempo de la enfermedad dicen que están cluecas. ¿Y cuál es el fin de ese tugurio? Servir de cárcel i las infelices hasta que termina el mal supuesto peligro. Y no crea que los demás cumplen con la obra de misericordia que ordena visitar ;'t los encarcelados; al con. trario, no les dirigen una sola palabra, y huyen de todo tra– to con ellas. Sus más allegados, desde una prudente distan– cia, les botan por un hoyo la comida y bebida, teniendo, hasta para esto, trastos y vasijas señaladas. Usando, pues, de estas precauciones, dicen que no se contagian. Cuando esiLl\'e bien informado de la casa y su destino, se lo referí al General Monroy, y luégo nos dirigimos á admi– rar el referido Gallinero. Dicho señor al verlo sumamente reducido, oscuro, sin puertas ni ventanas, y sólo con un agu– jero en la parte superior de una pared, se sorprendió y no. pudo menos que compadecerse de los Misi oneros, al ver el trabajo que tenían para extinguir tan bárbaras costumbres. Yo traté de hacer destruir aquella choza; mas las indias advertidas de lo que iba á suceder con su cárcel, enfacláron– se en gran manera, no tanto conmigo cuanto con los mu– chachos indígenas, á quienes yo les había comisionado la destrucción. Confieso, Padre, que al verlas enfurecidas y hablar en tono amenazante, me dio asaz miedo y preferí re– tirarme desistiendo de mi intento. Después de este trance parece que castigaron severamente á dos de los muchachos por haber descubierto el destino ele la casa; pues desde ese momento no los vi mis, siendo así que antes nos visitaban tres ó más veces al día. Dejando otras pequeñeces sobre la misma materia, paso á decir algo de nuestros compañeros de viaje.
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