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~n- mos al primer puehlo de indios llamado 's an Diego, sito en la ribera izquierda del Pu tumayo. P ocos minu tos antes de nu estro arribo sus moradores ya nos pudiero n ver, y como ti enen vista de lin ce no les cos– tó mu cho conocerme. Confieso qu e sentí mucho placer al ver el alboroto y raro movimiento que produjo e n los indios n uestra ll egada. E charo n i vu elo las dos pequ eñas campa nas que ti enen en su cap illa, desde tiempos inmemoriales: la gen te menuda, a manera de a bejas in quietas, se asom;tba á la orilla del río y luégo desaparecía para dejarse ver pocos instantes después: las indias di eganas (que no por ser in dias deja n de ser hij as d e Eva) tomaban del brazo i sus pequet'iuelns y po ni éndolos d ebajo del sobaco, según la usanza de el las, deja ban las ca – sas y corrían á tomar parte muy activa en la novedad. F inal– mente la cosa se p uso ser·ia cuando el Caciqueó Capitán (así llama n á quien gobierna al pueblo), con una vara e n la mano, insignia de su autoridad, empezó á desce nd~r la ha– jada que med ia entre la phza y el río, y le seguían los mag– nates del pueb lo co mo también la muched umbre toda. T odo fue desembarcar \'aturdirme co n una multitud cíe preguntas; tales como éstas: " ¿Bueno ti ene, Taita Pa– dre? " (¿ Padre, estás bueno?), "¿bo nito paseame ?" (¿ha traído buen viaje?), " ¿mucho g uapo tiene eyo río ?" (¿le ha parecido muy peligroso el río?) , "¿boni to sentarme eyo ca– n oa? " etc., etc. Asi mismo recu erdo q ue me trajeron á la memoria la (;,relanza en cumplir lo que les hab ía ofrecido de volverlos á visitar después de dos meses (oferta que les había h echo en mi viaj e a nterior), y decían cómo luégo que pasa– ron las dos luna-; (do3 meses¡, a l divisar canoas en el río, les parecía ser la mía. Despué-; de todo esto, con mucho in terés me pregunta– ha n sobre el nom bre ele mt compañero ; complacíles, aña– diendo además q ue bautizaba, casaba y decía mi sa como yo. Pro nto e r1tabl;;ro n con vers;¡_ció n co n el P. Sa nti ago ; se fa– miliarizaro n co n él, y a l ca bo de pocos días lo quería n más que al narra nte ele' estos suc6os. Ah ora oc upémon os algú n ta nto de nuestros dieganos. Debo advertirle que ta nto lo bueno co rno lo que no lo sea C$ propio no sólo de lo; dieg;111os, sin o también de los indí– genas ele Sa n José, Yoasotoaró y JVIo ntepa. Todos estos ind ios digo qu e difiere n muchísimo de los del valle de Sibundoy, así en sus costumbres, in clinacio– nes, modos de vivir, como también en su di alecto. E ste ya no es ni el Inca ni el Coch e, sino el Coca-cm1ú, según ellos

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