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- 10- caminos por o tra, y muchas otras cosas, hacen q ue sea dura la vida del Misionero. Pero aún hay más: porque el desamparo y soledad de¡ estos lugares nos hacen· comprender mejor cuán gra nde fue aq uel sacrificio que volun tariamente hicimos al en trar en la Religión , de dejar á nues Iros padres, hermanos y am igos, pues vienen á la mente, con viveza, el recu erdo ele todas las caric ias y amores ele los suyos. Pero ¡Dios! por quien hicimos dejación ele todo eso, cuida ele suplir ele una manera admirable todas estas cosas; y en la hum il de ch oza del salvaje, baj o la sombra ele una palmera, junto á las co– r rientes ele los ríos y en las abrasadoras playas de estos de– siertos, derrama con profu sión y á torrentes, en nue,tros co · razones, los celestiales goces. P erdone, Padre mío, estos arranques ele mi pecho ; pues en los tres años que yá ll evo ele Misionero en esto; lugares, a lguna cosa habré gozado y sufrido. CAPITULO lll Pueblo de San Diego-IIonradcz de estos indios-Crueldad con las mujeres enfermas-Lugar de cita-Llegada del General 1\fonroy, del Sf'iior Intendente y demás expediciouarios·-Preparativos para una larga navegación. Desp ués ele esos gratos é inolvidables recuerdos que, en verdad, han formado época en los días ele mi vida, nos clcs– pedímos ele lns buenos San Vicentes, el 3r ele Agosto; y tanto hombres como muj eres fu eron á dejarnos hasta el pri– mer puerto del Putumayo, que, como ya le el ije, sólo dista una media legua del pu eb lo; tomando asimismo ele éste el nombre que lleva, esto es: puerto de San Vicente. Como los indi os ya estaba n en terados de Jo larga que iba á ser nu estra navegación, y nadie mejor que ellos co no– cen los pel igros qu e hay en esos viajes; ape n:'lbanse viénd o– nos al P. Santiago y á mi q ue nos acomodábamos en nnas frágiles canoas, y nos decía n co n mucha pena:" ¡pobre Taita Padre ! ¡que te volvamos á ver! ¡no te vayas á mo rir en ese río!" Luégo se arrodillaron pidi éndonos los bendij éramos, y lo hicimos con la ternura de un padre cuando se despide de sus hij os. A este soltaron las canoas, que las tenían amarra– das con unos bejucos, y po ni éndonos á merced de las aguas, en u n instante los perdimos ele '·ista. Navegaríamos un as ocho horas sin ninguna novedad, á pesar de ser muy peligro– so el río en esa parte; y dejando las aguas del Gui neo por la orilla izq uierda y las del río San Juan por la derecha, llegá- ,. · ' (
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