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de madera, practicaba, en cu;: nto me era posibl e, la caridad y paciencia del bu en Pastor. E ste acto, que para mí era conmovedo r, vista la gravedad y atenció n de mis discípulos, sólo duró cuatro días; porque al cabo de este corto tiempo ya sabían Jo suficiente para po· derse confesar y recibir á Dios Nuestro Señor en la sagrada com unión. Llegó el momento de acercarsE: al tri bunal de la peniten– cia, y le puedo asegurar, Padre mío, que esos infelices, antes de empezar su con fesió n yá eran muy am igos de Dios: ¡tál era el arrepentimi ento y las abundosas lágrimas que yo veía · correr por esas mejillas tan feas y camtosas! Duran te la confesión mi alma tu vo goces que no so n para estampar en este escri to ; y asimismo me abismaba al palpar la Bondad y amor de Dios co n esas almas. Luégo, por primera vez, hizo el Señor su entrada triunfal en aque– ll os corazo nes, y complacido pudo ha ber dicho: "Delicice m ece esse eu 111 filiis homhll/111." (Prov., c. 8). T engo mis delicias en estar co n estos pobres indi os. Después que acabé la mi-,a hiceles agradecer el beneficio recibi do; y co n frecuencia hacía grandes pa usas, porque el mucho sollozar les impedía seguir co nmigo. Pero aún hay más: los esperé en la puerta de la capilla, y preguntándoles si estaban co ntentos, la respuesta fu e: soltar el llanto, abra– z;,rme y decir co n entrecortadas pal abras : "Dios pagaracho, Taita Pad re." (Dios te pague, Taita .Pa'clre). ¡Qué bi en y á la letra se c umpl ió en esta bonita escena aquell o de la E scritura: Suscilat de pulvere cgenwn, et de ster– core eleva t p auperem; ut sedea! C/11/l priucipibus, el solimn glorice leueat." (Lib. I. 0 , Reg. c. 2, v. 8). Que desde el polvo y desde el mismo cieno, levanta el Señor al pobre y necesita– do, y lo coloca e n u n trono de gl or-ia junto con los prín– cipes. H é aquí, Pad1·e, la recompensa que el Señor sabe dar al pobre Misionero en estos desiertos y sol edades. . El gozo san to que uno experimenta desp ués de haber hecho el bie n á sus semejantes, y del cu:tl sólo Di os Nuestro Señor es testigo, vale más que todos los placeres de este mu ndo. C1ed o y muy cierto es, que n uestro min isterio, máxime en este T erritorio, exige grandes sacrificios y no pocos mar– tirios. T odo aquí le es á uno adverso: los climas, la infi nidad de plagas, los dialectos y diversidad de costumbres . de los indios; la bravura de unos, la ingrati tud ele otros y el odio de no pocos; la escasez ele víveres por una parte, la falta ele

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