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Entre tanto el hombre matará el tiempo tendido en su hamaca, fumando y bebiendo chicha, tejiendo mochilas, redes para pescar y perezosas o hamacas. Cuando se le antoja, marcha a cazar o a pescar. Llegada la mujer a la edad de la pubertad, el Gobernador, sin tener en cuenta la voluntad de la joven, preparará su matrimonio y la entregará al pretendiente, aunque no sea de su agrado. Desde ese momento la mujer tiene la obligación de seguir al marido donde quiera llevarla. Ella debe atenderle en todo; criará los hijos, que son más de ella que de él, y le guardará la más estricta fidelidad y obe– diencia conyugales. Esto no quiere decir que él tenga para con ella obligaciones recíprocas a este respecto. LOS MILITARES, LA GRIPE Y EL YAGE Es de suponer que los lectores estarán un poco intrigados y desearán saber la razón de la fría recepción que nos dispensaron los Cushmas. A mi modo de ver, tres fueron las causas que influen– ciaron el ánimo de los indios. Al oír el ruido del motor se imaginaron que llegaban los militares para llevar soldados a los jóvenes, y, por temor, muchos de ellos y gran parte de la población se ocultaron en la selva. La epidemia de gripe que había azotado a gran parte de Colombia y Ecuador, no perdonó la zona en donde viven los Cushmas. Los indígenas, en general, debido a su poca o nula resistencia, tiemblan en presencia de cualquier enfermedad contagiosa. Por otra parte carecen totalmente de medicamentos, y las manipulaciones de sus brujos y los preparados, a base de hierbas, que se estilan entre ellos, fracasan ante los microbios de la gripe. La tercera causa, porque era día de yagé, ya lo tenían preparado y se disponían a tomarlo. El Gobernador, el Curaca o el brujo, que son quienes presiden tan interesantes tomas, explican algunas cuestiones que no alcanzan a ver con claridad algunos de los presentes. No se crea que se toma el yagé con fines religiosos, o que sea esto un resabio del culto a alguna deidad. Más bien lo hacen por magia, por el placer que experimentan, por vicio y por conseguir la curación de enfermedades. Entre los que toman el yagé pronto se anima la conversación, se oyen carcajadas y gritos desacompasados; los sorbos de aquel líquido viscoso y embria– gador se apuran sin interrupción. Algunos imitan los cánticos de las 96

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