BCCCAP00000000000000000000259

carne de puerco. No aceptamos porque teníamos, ya pelado, el paujil que cazamos por la mañana. EL INDIO MARIANO Mientras el cocinero daba los últimos toquecitos a la olla, reza– mos el Santo Rosario. La familia Cushma miraba con extrañeza nuestra pose grave y respetuosa; escuchaba con atención nuestras plegarias. Mariano, así se llamaba el joven, pretendía responder y tomar parte en nuestra oración. Este muchacho era naturalmente bueno, pero de muy cortos alcances. Sin duda a consecuencia de los ataques epilépticos que sufría, había perdido en parte la memoria y la inte– ligencia. Nos mostró el cuaderno escolar. Los protestantes, de un instituto lingüístico, establecido en el corazón de nuestra Misión, sólo consiguieron que en todo un curso aprendiese a trazar algunos garabatos. "¿Qué pareciendo? -nos dijo mostrándonos el cuaderno– ¿Está bueno?". "Claro que sí, está formidable" -le contestamos. Algo parecido le había ocurrido cuando estuvo en nuestra Misión. Por más que los Padres se desvivieron para que aprendiese a rezar, sólo consiguieron que pudiese recitar a medias el Santa María. El Padrenuestro y las demás oraciones, como él confesaba, no entraban en su cabeza dura. Al terminar nuestros rezos, dijo Mariano : "Padre, nosotros tam– bién rezando noche". Qué habrá de verdad en esa afirmación, lo ignoro. Lo cierto es que, antes de acostarme, formaron un semi– círculo toda la familia y pronunciaron unas frases breves y acompa– sadas, que muy bien podían ser oraciones. Por más que intenté, repetidas veces, averiguar el sentido y naturaleza de aquellas frases, nada conseguí. ANTE EL PELIGRO A la mañana siguiente toda la familia de Apolinario acudió a oír la Santa Misa. Colocados en torno al altar, miraban con extraña curiosidad los movimientos del sacerdote. De vez en cuando se miraban unos a otros, hablaban algunas palabras en alta voz, y se sonreían. 93

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz