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Cuando nos disponíamos a volver para pedir ayuda a los jefes de un destacamento militar que distaba una media hora aguas abajo, se oyó la voz del buen Fr. Pastor. Tranquilo, y sin dar importancia a lo sucedido, nos llamaba para que acercásemos la canoa y lo reco– giésemos. ¿cómo había alcanzado la orilla del río? Lo ignoraba. · ¿Por qué estando tan cerca de nosotros, al parecer, no respondía a nuestras llamadas? Porque ni oyó nuestras voces, ni oímos las suyas. Lo único que le preocupaba era las pavas que hirió, pero que no cayeron... Mientras Fr. Pastor nos relataba sus peripecias al paso por el río Aguarico en el trayecto que deberíamos surcar al día siguiente, caímos dulcemente en los brazos de Morfeo. OPTIMISMO Bogamos toda la mañana del día 7 bajo los rayos de un soi canicular, sin encontrarnos con ninguna persona. Rompían la mono– tonía del viaje el estridente graznido de múltiples guacamayos. Su llamativo plumaje adquiría colores varios al ser heridos por los rayos solares. Eran las dos de la tarde cuando arribamos al último destacamento militar del río Aguarico. Aceptamos un poco de fruta y un refresco que nos brindaron los soldados e inmediatamente seguimos adelante. La emoción y el temor prudencial se apoderaron de nosotros al sorprender a una boa de agua, que sesteaba tranquilamente a la orilla del río. Contra la voluntad del motorista, que sentía asco y repugnancia, nos lanzamos al ataque. Fueron necesarios cuatro tiros en la cabeza del reptil para que pudiéramos cargar en la canoa aquel trofeo, que medía 6,40 metros. BAUTISMO DE FUEGO Antes de llegar a la casa de una hermana de Colón, en donde pensábamos pasar la noche, nos aprestamos a pelar la boa. A la sombra de unos árboles y sobre un arenal húmedo comenzamos la faena, ajenos a lo que nos iba a suceder. Pronto nos vimos asaltados por una nube de arenillas (insectos diminutos), que con sus mordedu– ras pusieron nuestra cara, manos y pies al rojo vivo. Por fin, termina– da la labor, dejamos la carne para los cuervos y cargamos con la piel. 90

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