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de pasmosa agilidad y nunca se me ponía a tiro. Así jugamos durante unos minutos. Hubo sin embargo un momento en que se cansó del juego, al que contra toda su voluntad le sometía, y se me plantó mostrando feamente sus grandes colmillos. Avancé entonces unos metros hacia él; levanté la escopeta y ya oprimía suavemente el gatillo, cuando deponiendo su actitud hostil, se corrió de nuevo cobardemente. Temiendo se lanzara al agua, le disparé dudando mucho de un éxito fulminante; pero, no; bastó un tiro. El plomo le había atravesado el corazón. Dio un salto fantástico y a los pocos metros cayó sin vida. Saltaron mis compañeros a la playa y gozosos como yo, nos sacamos unas fotografías con la fierecilla a nuestros pies. Su hermosa piel la guardo como un trofeo más de mis ocasio– nales cacerías y un recuerdo de mi primera expedición misional por el río Aguarico. REGRESO A NUEVO ROCAFUERTE Me rogó el señor Luis del Salto que me quedara unos días a descansar en el Cuyabeno ; pero preferí descansar en casa, por la que suspiraba hacía ya días y así montado en mi canoa a motor (esta vez con gasolina, la traída de Colombia), en veinte horas a toda marcha, me presenté a las puertas de Nuevo Rocafuerte. El P. Prefecto, impa– ciente por mi larga demora y temiendo me hubiera sucedido alguna desgracia, había salido al pequeño muelle de casa, por ver si al fin regresaba el hijo perdido y al divisarme de ·lejos su corazón paternal debió sentirse inundado de gozo, y extendía sus brazos en alto cuan largos eran, como el Padre de la parábola, formando una esbeltl– sima figura cortada en el azul del lejano horizonte e iluminada por los suaves rayos de un sol crepuscular. La noticia de mi llegada cundió por la casa-misión y pronto aparecieron para darme la bienvenida las religiosas misioneras, siem– pre tan atentas y cariñosas; el amable Fray Antonio y por fin, y al frente de los noventa niños del internado, su Director y Superior de la casa, el benemérito misionero P. Camilo, que en una labor ardua y de todos los días, silenciosamente, lleva el peso más duro de la misión. Este recibimiento afectuoso de parte de todos me conmovió; ni lo esperaba, ni mucho menos lo merecía. ¿A razón de qué? Hice lo que me mandaron y no fue cosa tan difícil, sino muy agradable... Me condujeron al comedor y las Madres me sirvieron unos platos exqui- 82

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