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EN BUSCA DE MAS ALMAS No hubo ya dificultades para reanudar la marcha en busc;, de más almas. Los dos bogas cofanes regresaron a sus casas, contentos con el regalo que les hice, consistente en varias prendas de vesttr, anzuelos y medicinas. En su lugar puso el curaca Guillermo a mi disposición, juntamente con su propia canoa, a dos de sus súbditos, con orden de conducirnos hasta Shushufindi, a dos días de navega– ción. Otro pueblecito, pues, de indios, también cushmas, pero de distinta tribu e idioma iba a tener la dicha de ser visitado por el misionero de Cristo. Mas el hombre propone y Dios dispone y cuando a los dos días fijos de navegación arribamos a Shushufindi, no encontramos en todos sus ranchos un alma viviente. ¿Qué habÍ3 pasado de sus moradores? Pues sencillamente que habían salido por los ríos en busca de huevos de tortuga, conforme a su costumbre de todos los años. Una contrariedad más en la vida. iQué había que hacer sino tener paciencia! Menos mal que los dos bogas se ofrecieron voluntariosos a llevarnos hasta Peña Colorada, otro día de río, donde viven dos familias de indios quichuas. Allí podíamos esperar otra nueva ayuda para continuar el viaje. Todo nos sucedió esta vez como lo habíamos previsto. Despedi– dos los cushmas con algunos regalitos, que para ellos eran ricos presentes, más muchos huevos de charapa y restos de nuestra cacería por el río, pensamos en regresar cuanto antes a Nuevo Rocafuerte, porque estábamos en vísperas de Navidad y ias provisiones de sal y arroz llegaban a su fin. Todavía me había de demorar varios días en Monte Cristo, donde bauticé bastantes niños y aun hice algún matri– monio, y en la guarnición del Cuyabeno. LA CAZA DE UN TIGRILLO Poco antes de entrar en este destacamento, la Divina Providencia me deparó un rato de diversión, que no quiero omitir en mi largo relato. Un tigrillo, cuya piel finísima es muy cotizada, se encontraba paseándose en una pequeña isla del río. Sin duda había pasado de noche a comer huevos de charapa, y como creció el río, se vio metido en una encerrona. El tigrillo no ataca al hombre, sino al verse acorra– lado o herido. Salté a la arena; me vio y aunque acorralado estaba, se corrió buscando salida. Procuré atajarlo, mas sin resultado; abusal:-a 81
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