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EL ENEMIGO SEMBRO CIZA~A De nuevo quedamos solos y después de guardar unos instantes de silencio estudiado, abordé el tema que me. torturaba con este ex– abrupto, dicho todo él en gerundio, ahuecando la voz, con énfasis creciente e indignación fingida, a estilo de los curacas o brujos: -Guillermo, yo sabiendo por qué tú no queriendo al Padrecito; blanco diciendo Padrecito siendo malo, llevando mujeres, llevando niños; yo blanco no siendo. Yo amigG tuyo siendo. Tú viendo. El curaca me oía estupefacto y con la boca muy abierta. ¿Me creería algún brujo de categoría, algún adivino, algún ser sobre– humano? Porque mi voz·era poderosa, mis ademanes terribles y posi– blemente había dado en el clavo. En esto óyese la algarabía de los pescadores que volvían gozosos con la abundante pesca. Hice que se sentaran todos a mi alrededor y repetí en el mismo tono mi "discurso. -Vosotros viendo- dije, y fui preguhtando el precio de todos y cada uno de los objetos que tenían. Algunos fueron a traer las barati– jas que tenían en sus ranchos. Un comerciante, que después apuntaba con su propio nombre, les estaba estafaindo miserablemente. El les había hablado mal del Padrecito que, ya lo había avisado, iba a llegar. Un sencillo cuchillo, que podría valer diez sucres, les había cobrado cuatro pieles de zaino, que en Rocafuerte valen cien. Tres varas de lienzo burdo, cinco pieles; un machete, dos pieles de tigre... y así los demás artículos. Yo, después de enterarme minuciosamente de lo que había cobrado en pieles y hamacas, que las hacen preciosas, cada uno de los objetos que me mostrara , les di su verdadero precio, prometiéndoles llevar en próximo viaj todo lo que quisieran al precio que les decía y cosas de poca i portancia regaladas, como espejos, anzuelos y ~osas por el estilo. is compañeros, entre tanto, no hacían sino asegurarles que así era, co o yo decía: -Padrecito no mintiendo, Padrecit diciendo verdad; siendo bueno. Abrí de nuevo la maleta y les repa í cigarrillos y parte de las menudencias que había respetado el cura a. Desde aquel momento quedó sella a la amistad del misionero con los indios cushmas. "Comerciantes ngañando -decían-, Padre– cito mujeres no robando; comerciante ro ando". Y como por arte de encantamiento un grupo de mujeres i vadió el pequeño rancho. Las mujeres de esta tribu no son asust dizas como otras ; sino muy 79

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