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A SOLAS CON EL CURACA En levantándome pedí al señor Lucho café para mí y para el curaca. Nos trajo el termo (el que luego había de romper Matías) y repartí café hasta acabarlo; a los restantes les di cigarrillos. Parecían de mejor cara. Toda la noche nos habían vigilado y no encontraron en nosotros, por lo visto, nada sospechoso. Mandé a Lucho disparar algún taco de dinamita en el río, idea que les entusiasmó a todos, y se fueron con Lucho, dejándonos solos a mí y al curaca. Esto era lo que pretendía; quería ganarme al jefe por encima de todo. Para ello comencé por abrirle la maleta y mostrar cuanto llevaba, que desgraciadamente no era mucho: tijeras, cascabeles, lápices de pintura. Todo se volvía ojos para ver, todo le llamaba la atención, pero sobre todas las cosas, una navaja hermosa que era del P. Prefec– to. Se encaprichó de ella tanto que no tuve más remedio que rega– lársela, esperando que Monseñor no lo tomaría a mal, como así fue. Así mismo le regalé cascabeles, lápices, medallas... y hasta unos pantaloncillos. Le ofrecía también medicinas, pero las rechazó, diciendo que ellos no tenían enfermedad como los blancos. Me amoscó un poco esa fanfarronería, porque me constaba que ellos también solían caer enfermos y le repliqué en tono zumbón : -Tampoco picando víboras. Yo teniendo curarina rapidísimo curando. Nunca lo hubiera dicho.. . Se me puso tan terco el curaca de él reclamándome el frasco de curarina, que de nuevo cedí y se lo di. Hasta pretendió que le regalara la escopeta. iAhí es nada! Qué sería de mí por estos ríos y estas selvas sin escopeta. Aquí tropezó en hueso y le metí unos cuentos para ablandar su ingénita testarudez ; que a él ni le servía para nada, que era de difícil manejo, que no se conseguía munición... Viendo que se prolongaba demasiado la requisa y no se saciaba con nada el ansia de poseer del curaca, cerré la maleta y me senté en el suelo, invitándole a hacer lo propio. Antes de seguir mi ejemplo lanzó varios gritos y apareció una mujer llevando una criatura en brazos; sin duda era su esposa. Le entregó todas las baratijas, a tan poca costa adquiridas y la mujer se fue sin decir esta boca es mía, como había venido, dando saltos; con seguridad iría pensando en mostrar en seguida su tesoro a las comadres del pueblo. 78
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