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que nos podía suceder. Y hay que probar para saber lo desagradable que resulta, aun en estos países cálidos, despertar sorpresivamente con el agua en la cara... Descargada la atmósfera con las lluvias nocturnas, amaneció el nuevo día rutilante de sol y de frescura. Con tan excelente tiempo y luchando sin descanso contra la corriente del río, conseguimos llegar en tres horas escasas a casa del gobernador de los Cofanes, Pacho Quinteros. Lo encontramos tumbado perezosamente en su hamaca; en un ·extremo de la habitación, si habitación puede llamarse al piso levantado en alto, abierto como una plataforma y que constituye toda la casa, gemía una mujer enferma; varios niños correteaban de una parte a otra, poniendo con sus juegos y gritos la nota alegre de aquel cuadro tan triste. Al vernos, el señor Pacho saltó de su lecho, y después con p·aso calmoso, fue bajando por la escalerilla de guadúa y se acercó a saludarnos. Es un hombre ya entrado en años, enjuto de carnes, de rostro aguileño y mirar malicioso; viste la cushma -una especie de casulla- cerrada y sin mangas que le cae hasta la rodilla. Su cara está pintada de colores, entre los que destaca el rojo vivo. Cambiados los saludos, me introduce en su casa y me ofrece cere– monioso, lo único que puede servir para descansar, su propia hamaca; porque no hay sillas ni cosa parecida en su casa. El y los demás se sientan en el suelo. Como primera medida para ganármelo, le leo -él no sabe leer- una carta de los Padres de Puerto Asís, en la que le recomiendan mucho que me preste toda clase de consideraciones y la ayuda necesaria para continuar el viaje. Muy orondo con las alabanzas que acaba de escuchar, parece estar dispuesto a favorecer– me. Le interesa estar a bien con los Padres; a buen seguro que hará cuanto pueda para complacerlos. Pues el nombramiento de goberna– dor y el correspondiente sueldo le vienen de las autoridades colom– bianas de la misión capuchina. No deja de ser extraño que el Comisa– rio de Mocoa haga ese nombramiento. La autoridad de Pacho se extiende a todo lo largo del río San Miguel, desde Santa Rosa de Sucumbías hasta su desembocadura en el Putumayo y sus súbditos, los indios establecidos a ambas márgenes de dicho río. La mayor parte de ese territorio es ecuatoriano o sea, toda la parte derecha del río y ambos lados desde el Cuembí hasta el Putumayo, y ecuatoria– nos son también la mayoría de sus súbditos. Lo más deplorable es que éstos no quieren reconocer otra Patria que Colombia y ni aun los cushmas del Aguarico, para quienes no hay otro jefe que Pacho ni otra patria que Colombia. ¿será porque Colombia les presta más 70

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