BCCCAP00000000000000000000259

Asegurada la continuacwn del VIaJe, nos dedicamos el Padre Oquendo y servidor al trabajo misional, es decir, dimos alguna que otra instrucción religiosa, y mientras, al día siguiente, el Padre se quedaba con los indios y reanudaba sus tareas misionales, yo empren– dí la marcha a través del varadero, no con las prisas que en el ante– rior, sino despacito, porque éste no me apuraba. Es muy corto: invertimos sólo tres horas en cruzarlo. Tampoco es accidentado y a lo más encontramos unas quebraditas de arroyos, que hay que pasarlos por un palo, haciendo mil equilibrios para no caerse; es el único puente que he hallado en las selvas, lo mismo para cruzar un arroyo, que un pantano, que un río. Los indios pasan por estos palos como por carretera trillada, con un aplomo pasmoso. Y es que sus pies, exageradamente anchos, con los dedos abiertos y flexibles, son como zarpas que se asen y sujetan maravillosamente aun en el suelo o en el palo más resbaladizo. Si así no fuera, ¿cuántas veces hubiera rodado por tierra el joven que cargaba el tambor de gasolina? Pero no; con sus cien kilos aproximadamente (?) sobre sus espaldas desnudas, no cayó ni una sola vez, ni descansó, ni quedó rezagado : con todos llegó y de los primeros. Así de robustos son los hombres criados al calor de la Madre Naturaleza, sin los artificios de la vida moderna. LA TRAVESIA DE LA HORMIGA Llegados que hubimos al río, todavía de mañana, nos apresura– mos a acomodar una canoa que a su orilla estaba y subiendo a ella con el alcalde de los indios, de popero, nos dejamos llevar por la corriente de las aguas. La Hormiga es un pequeño río, afluente del San Miguel, de aguas cristalinas, pedregoso cauce y el más pintoresco de cuantos ríos he conocido en este oriente ecuatoriano. La vegeta– ción espléndida y de gran variedad que lo rodea, se refleja en el agua con nitidez perfecta. A veces el follaje y los árboles de sus riberas se dan la mano y se entrelazan tan estrechamente que cierran por completo el paso, y los sentidos se ~ngañan y uno buscaría el curso del río internándose por lo que se le antoja ser una ensenada tranqui– la, una !~na encantadora salpicada de plantas exóticas, o un jardín de marav!llas; pues todo esto se contempla en el espejo clarísimo de sus aguas. También es rico en pescado y sobre todo abundan en él los lobos 68

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz