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en este río. Existe especialmente un lugar peligroso; lo llaman el "sumidero", es un remolino que dicen que tiene 25 metros de pro– fundidad . A su lado se levanta una roca y contra ella se precipitan en vertiginosa carrera las aguas todas del río que llegan allá en todas direcciones distintas en forma de lo que llaman aquí "chorros" o correntadas. El motorista, conocedor del lugar, confiado en su pericia o tal vez en la potencia del motor, que era nuevo, y de los buenos, arrimóse demasiado a la roca, la pasó y trató de penetrar de frente por uno de los grandes chorros, pero con el gran oleaje que se levan– taba, brincaba la canoa, y el motor quedaba a intervalos a flor de agua, inutilizándose de este modo gran parte de las revoluciones de su hélice, con lo cual la' canoa en vez de adelantar, comenzó a retro– ceder haáa la temida roca. El arrojo y la agilidad del puntero y de Lucho salvaron la situación; saltando en medio de la torrentada, que gracias a Dios no era muy profunda, aunque sí peligrosa y abrazán– dose desesperadamente a la canoa, lograron detenerla sin que retro– cediera un paso más, hasta que poco a poco y con la ayuda de todos, que echamos mano de lo primero que encontramos, palos, remos, etc..., sacamos avante nuestra débil embarcación y con ella nuestras vidas. Realmente corrimos gravísimo riesgo de perecer; de no sujetar a tiempo la canoa, se hubiera hecho astillas en el choque con la roca y con seguridad nos hubiera tragado a todos el tristemente famoso sumidero. PASO DE UN NUEVO VARADERO A las cinco horas de navegación por el río Guamés, llegamos a un pueblecito de indígenas encomendado a los Padres de Puerto Asís, San Antonio de Guamés, donde pasamos la noche. Aquí lo primero habíamos de pensar en reclutar unos hombres para que nos trasladaran el equipaje hasta el río la Hormiga. En cualquier otro tiempo no hubiera sido esto ningún problema, pero a la sazón era bien grave, porque toda la gente del pueblo estaba más o menos enferma de gripe; enfermedad muy temida por el indio, y con razón, porque hace estragos. Sin embargo, con la ayuda del Padre Oquendo y del señor Comisario, los hallamos, incluso para cargar el bidón de gasolina. El alcalde de indígenas, por su parte, se ofreció a llevarnos en canoa desde la Hormiga hasta el gobernador de los indios Cofanes en el río San Miguel. 67
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