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andar descalzos, salieron con los pies escaldados. Matías no podía pararse en la canoa para tahonar. Como les interesaba su ayuda, los indios de el Zancudo se encargaron de curarle con cierto mejunje de hierbas que prepararon para el efecto. Ya bastaba de huevos. Después de todo, ¿para qué los queríamos? Más de mil quinientos habíamos recogido y casi todos habían de llevarse a sus ranchos nuestros bogas. UN AVE EXCEPCIONAL Aquel día la Divina Providencia fue extraordinariamente pródiga con nosotros. Poco antes de caer la tarde, cuando ya divisábamos la pequeña isla llamada "Colombia", en la que decidimos pernoctar, aparecieron jugueteando en los árboles de la orilla una partida de monos llamados "Cotos", grandes y colorados como cierta clase de venados. Sin detener la marcha disparé a uno de ellos que se ocultó rápido en la espesura, ignoro si con más vida que tenía. Al estampido estremecióse la selva y una multitud de aves, entre ellas varias pavas, surgieron de entre el follaje para posarse en seguida a nuestra vista. Saltamos a tierra para afinar mejor la puntería y cuando yo ya estaba apretando el gatillo dispuesto a bajar un enorme guacamayo rojo que picoteaba en una rama, Lucho me coge del brazo y me dice: "No dispare al guacamayo. Hay paujiles". Yo los veo y le cedo la escopeta. Se interna un poco en la espesura y suena un disparo; después otro. Se me acerca. "¿y el paujil?" -le pregunto. "Ahí ha quedado -contesta-, sentado en una rama. Le he roto las patas y está malherido; pero no quiere caer". "Es que la munición es pequeña para ese animalazo; toma este cartucho preparado exprofeso para el tigre o la danta; verás con éste cómo lo lanza por los aires; o si no déjale a Ignacio que se luzca". Ignacio es feliz; afina la punte– ría, suena un estampido formidable y el paujil que cae desde la altura con gran estrépito de hojas y hasta de ramas rotas. Ya tenemos la cena para hoy y carne para todo el día de mañana. iUn paujil! iAhí es nada! Ave fantástica, de plumaje negro alabastrino, de proporciones gigantescas y carne deliciosa, en nada inferior a la de las aves que se crían en los corrales de nuestras casas. La caza es abundantísima en estos lugares apartados y frondosos y, llevando arma, difícilmente uno pasará hambre. La noche anterior, por ejemplo, se llegaron a descansar junto a nuestro campamento 57
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