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descubrir. La quilla disminuye notablemente su marcha, hasta que– darse casi sin movimiento. Efectivamente. Ignacio se afirma en la proa, abriendo bien las piernas y lanza su tercer arponazo a un caimán casi del todo oculto entre la maleza de la orilla. Lo he visto un instante. El instante preciso de descargarle el golpe. Verle, oír el arponazo y sentir una sacudida violenta en la canoa, que casi nos lanza al agua, todo fue uno. Esta vez sí que hemos tenido suerte. Bien se ve. "Eureka, Ignacio - exclamo-·· , bien, muy bien", sin darme cuenta de que no entendiendo apenas castellano, menos entendería griego. El también me habla y grita, pero en aquel apuro, porque la canoa bailaba agitadísimo mambo y él tenía que sostener a la bestia, seguramente no acertaría a decir ni una palabra de las pocas que sabía en castellano, sino hablaría en quichua, o qué sé yo qué lengua, al menos yo no la entendía; al cabo de unos segundos, que a mí me parecieron minutos muy largos, me pareció entenderle la palabra cabeza, con lo cual me urgía a que disparara a la cabeza... iNi a la cabeza, ni a la cola! Clavado el terrible arpón en todo el lomo, el reptil se revolvía desesperado de un lado para otro con una velocidad de vértigo, zambulléndose y emergiendo de pronto por donde menos se espera, para al instante hundirse de nuevo y en aquella oscuridad iquién acertaba a darle en la cabeza! Al fin, cansó– se el animal, todo quedó en calma e Ignacio, cuyos musculosos brazos no habían soltado la soga, fue recogiéndola poquito a poco, avisándome con gestos que estuviera listo. Momento de emoción. En esto, asomóse la horrible cabeza y una fracción de segundo después se ladeaba flácida, horadada de parte a parte por el certero impacto de una poderosa escopeta marca Eibar. Lo desembarcamos triunfalmente e hicimos una gran fogata para que fuera ahumándose durante la noche y así poder conservar su carne. Aquí donde no hay neveras ni cosa que se le parezca, han adoptado este método de conservar la carne indefinidamente. Cuando se mata un animal de monte, se cuelgan sus pedazos sobre el fogón y ahí están recibiendo el humo mientras no se.les acaba de comer. Nuestro lagarto era del llamado "blanco", y de los pequeños; sólo medía dos metros y me– dio. iAh!, si llega a ser el negro, con seguridad que no lo cuento; es bravísimo, acomete con una ferocidad única y mide hasta cinco largos metros. Claro que de ser de éstos, hubiéramos empleado otro procedimiento de captura y ahora tendré el gusto de contar un episodio mucho más emocionante que el que acabo de referir. Ignacio sabía sin duda que no se trataba del caimán negro. 54

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