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flotante lecho. Enfoco hacia el río la linterna y efectivamente, a po– cos metros de la orilla se distinguen dos caimanes ; sus ojos, de un rojo encendido, brillan más que ascuas como los focos de guía de los automóviles. iCuánto me gustaría cazarlos! Les propongo y animo a los dos bogas a que me acompañen en la difícil tarea. Ellos tienen un pequeño arpón, arma necesaria para cazar caimanes ; se les arponea y entonces se les dispara el tiro de gracia, es decir : a la cabeza. El cai– mán es pesadísimo y se hunde una vez muerto; por eso es necesario de tomar la precaución de arponearles primero. El arpón va metido en una vara de chonta, madera durísima, y atado a una gruesa cuerda. Los bogas han aceptado mi invitación, aunque me imagino que no de muy buena gana, sino que no saben negarse. Embarcamos pues, en la canoa, y muy sigilosamente nos dirigimos al que parecía mayor, a juzgar por la distancia respetable de sus ojos - unos 20 centímetros - que otra cosa no se veía en ellos. Cuando ya lo tenemos a dos metros, el puntero Ignacio levanta la lanza y la dispara con todas sus fuerzas contra el reptil. Este desaparece y todo queda en el mismo silencio que antes. ¿qué es lo que ha pasado? : Que el arpón, desgra– ciadamente ha rebotado sin lograr romper sus durísimas escamas. Dirigimos entonces la proa al segundo. Sin hablar una palabra y sin hacer el menor ruido, ni siquiera con el remo, que lo maneja Elíseo, nos aproximamos a él de frente ; no se mueve, está encandilado con la luz que le lanzamos a los ojos. iYa! Se oye un golpe metálico. ¿qué fue? iAh; mala suerte la nuestra! El arpón se ha quebrado y el segundo caimán ha desaparecido tam– bién sobre las aguas. ¿Qué hacer? : De momento no tenemos más remedio que volvernos a la playa. Pero no por eso desistimos de la empresa comenzada. Calentamos el hierro roto en el fuego hasta tornarlo maleable, y con la ayuda de un martillo y una pequeña lima, conseguimos sacarle punta y darle forma de arpón. La operación nos ha llevado bastante tiempo y esperamos que los caimanes se habrán olvidado del susto que les dimos. Volvemos, pues, de nuevo a la canoa y una vez en ella, nos movemos en todas direcciones buscan– do nuestra víctima; pero por mucho que buscamos, nada descubri– mos a la luz de nuestro foco. Ya estaba yo descorazonado y con muy pocas esperanzas de saborear la emoción de cazar un caimán, cuando he aquí que algo interesante va a suceder : los dos indiecitos se han hablado en voz baja, que yo no entiendo y, acto seguido, la canoa da un ~raje y toma una dirección determinada. Nada diviso en esa di– recciÓn, pero el ojo del indio, avezado a la oscuridad, algo ha debido 53
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