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tuve más remedio que hacer uso de mis escasos conocimientos qui– chuas, mezclando con el castellano algunas palabras de este idioma, para hacerme entender siquiera alguna cosa de aquella pobre gente. A continuación de la Misa y revestido de alba, para dar mayor solemnidad al acto, bauticé unos niños, varios mayorcitos, repartí unas medallas y al fin desayuné cualquier cosa y partimos cuando ya el sol brillaba en el horizonte. Lenta fue la marcha, a causa de la gran corriente del río, salido de madre; pero constante y tan sólo interrumpida el tiempo necesario para tomar la chicha o para hacer algún disparo a las aves que la Divina Providencia ponía al alcance de nuestra escopeta. De bajar a estas inocentes aves de la enramada en que posaban tranquilas, sin sospechar siquiera el riesgo que corría su existencia, se encargaba Ignacio, que por cierto, demostró ser un excelente puntero, como dicen por aquí al buen tirador. Yo raramente tomaba en mis manos la escopeta y no lo hacía por no exponerlas a los rayos abrasadores del sol, que ganas no me faltaban de dar al gatillo. Los días anteriores no me había cuidado de ello y ahora sufría las consecuencias: las picaduras de los insectos, las mojaduras constantes y el sudor de todo momento, unido a este sol abrasador del trópico, me las habían puesto en un estado lastimoso y me quemaban hasta el punto de verme obligado a mantenerlas cubiertas con una toalla que en los viajes acostumbro a llevar a guisa de bufanda para quitarme el sudor ; que los pañuelos, cuando es tan copioso, no sirven para ese menester. De este modo, alegres unas veces, y cantando al compás de los remos, divertidos otras con las mil peripecias de diferente índole que nunca faltan en los viajes por estos lugares, y las más de las veces taciturnos, soportando con gran estoicismo el peso del día y del calor, llegamos, cuando ya se ocultaba el sol, a un punto llamado "Remolinos", donde existe una pequeña playa muy propicia para el descanso. Hicimos alto, y mientras unos recogemos presurosos los palos secos que el río ha depositado en la playa, otros se afanan por cortar estacas que, hundidas en la arena, han de ser los soportes de nuestras hamacas. · NOCHE EN REMOLINOS Al vernos, nadie lo diría, pero creo que todos estamos poseídos de cierto nerviosismo : toda la playa está cubierta de huellas de tigre, 51

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