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merienda. Cocinamos las aves con arroz y, como un padre de familia, fui repartiendo a hombres y mujeres y niños el contenido de la enor– me olla. Con la buena comida alegráronse los corazones y por una consecuencia natural, soltáronse también las lenguas, momento que yo aproveché para dar el golpe de gracia a aquellos dos jóvenes, invitándoles a que nos acompañaran al Cuyabeno y prometiéndoles dejarles disparar con la escopeta cuanto quisieran, regalarles todo lo que nos sobrara de caza para traer a sus familias, detenernos en las playas a coger huevos de charapas (charapa es una clase de tortuga), y por encima de todo esto, darles anzuelos y una camisa a cada uno. iAlabado sea Dios! iQué losa más grande se me quitó de encima cuando aceptaron mi propuesta! ... Ya no nos quedábamos en mitad de camino... Podíamos continuar el viaje. Rezamos el rosario en familia, los que sabíamos rezar; tendimos las hamacas, cada cual donde pudo y nos acostamos pronto para estar listos para la mañana. Ignacio y Eliseo, que así se llamaban los jóvenes referidos, con sus mujeres quedaron, ignoro hasta qué horas, preparando la chicha, que es su alimento favorito que nunca les falta, sobre wdo en los viajes. Es muy sabrosa; la hacen con la yuca cocida. Envuelven la masa de este tubérculo en unas hojas y así se la llevan a todas partes; cuando tienen hambre o sed, diluyen una porción de esa masa en agua y toman hasta saciarse. Esa es su comida y su bebida. iQué contentos se veían cuando les pedía un poco de chicha! "Ignacio, -decía muchas veces al día al más avispado de los dos-, ñuca asuata munani; ansa ansalla apamui"; que quiere decir: Deseo tomar chicha. ¿Me regalarás un poquito? E Ignacio soltaba el remo en seguida, cogía un mate de agua (mate o tutuma es la pepa de un árbol, del tamaño de un tazón enorme) e introducía en él un puñado de chicha, lo revolvía en el agua con la misma mano hasta deshacerla y luego me ofrecía con ambas manos la gran tutuma, feliz y dichoso de que me sirviera su chicha. Mucho antes de que la aurora anunciara la llegada del nuevo día, abandoné mi hamaca, y allí mismo levanté el altar para celebrar la santa Misa: dos maletas, la una de pie y la otra sobre la primera en sentido transversal y, para testera, tres palos de los que pendía el santo Cristo y las dos velas, era suficiente y ni podía hacer otra cosa mejor. Durante la Misa prediqué a las cuatro familias reunidas en mi derredor, haciendo caso omiso de los ladridos de los perros y de los gruñidos de los puercos, etc, etc; que parece que a todos los animales y bichos les llama la atención la Sagrada Ceremonia y no 50

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