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correntoso río, me embarcaba ya en la canoa cuando se acerca un soldado y me entrega un envoltorio de hoja de bijao; lo suelto y veo, con sorpresa, unos cuantos trozos de carne de gallina, relucientes por la grasa, que me enviaba la señora de uno de los oficiales peruanos. Con ello me manifestaban, mejor de lo que habían hecho con pala– bras, la pena que sentían de verse obligados a negarme el favor solicitado. "Que Dios pague la caridad a esa señora que desconozco", le dije, y pensé lo bien que nos iba a venir ese tan rico avío para el camino, y que taita Dios era quien nos procuraba lo que nosotros no habíamos previsto. Con' esta Providencia de Dios, un día magnífico y el motor traba– jando a las mil maravillas, llegamos con toda felicidad a la caída de la tarde, y en el momento en que se quemaba la última gota de gaso– lina, a un tambo llamado el Zancudo, donde viven cuatro familias de indios quichuas. ¿Encontraríamos allí un par de bogas para los cuatro días de surcada difícil que nos quedaban para llegar al Cuya– heno? Esta era la incógnita que me traía preocupado y que había que resolverla en seguida y necesariamente en un sentido afirmativo. A REMO Para ello lo primero era necesario inspirar confianza y ganar la voluntad de aquellos indiecitos, muy buenos y sencillos, pero tam– bién sumamente tímidos. Repartí cigarrillos a todos, sin excepción ni de mujeres ni de niños. Todos me los recibieron, porque la ciencia de recibir, con la que todos nacemos, los indios no la olvidan jamás, y reciben siempre, y todo lo que se les da y todo les gusta. A conti– nuación invité a dos jóvenes, que me parecieron los más robustos y despejados, a venir conmigo un rato de cacería. Sabido es que el indio es locamente aficionado a ese deporte, y que vive solamente de eso, de la caza y de la pesca. Junto al rancho encontramos unos mangos -aves del tamaño de las palomas·- y sin dificultad maté dos de ellos. Les di la escopeta, uno de ellos ya sabía disparar ·con escopeta, y les encargué que cazaran una o dos pavas para la merien– da. Era la hora en que las pavas y demás pájaros se recogen para dormir, la más indicada de todas. Se alejaron, fuera de sí de contentos y al poco rato oí un disparo Y en seguida otro. A los dos minutos regresaron con una hermosa pava; habían errado un tiro, pero teníamos suficientemente para la 49

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