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y desayunar con los militares. Así lo hicimos y todos quedaron con– tentos, y yo más contento todavía que ellos. Buena gente esta del Ecuador. iCon qué respeto escucharon mi sencilla predicación! Y yo, por mi parte, icon qué placer me hubiera demorado algún día entre ellos!... Pero estaba de visita y era preciso seguir adelante, como lo hice, no bien me hube servido el suculento desayuno sostenido, a la americana, con que me obsequió el sargento, Sr. Carrillo. Ya Lucho había conseguido hacer andar al motor y, sin detener– nos un punto, a pesar de la intensa lluvia que caía, avanzamos hasta Yanayacu, nuevo destacamento ecuatoriano. Aquí el sargento Pastra– na no consintió ni poco ni mucho que prosiguiéramos el viaje, sino que, casi a la fuerza, nos obligó a bajar de la canoa y dio orden a los soldados de encender una gran fogata para secarme la ropa. (Mis compañeros no necesitaban tomarse ese trabajo, ya que siguiendo la costumbre de esta región, apenas comenzaron a caer las primeras gotas de agua, se despojaron de pantalones y camisas, los ocultaron muy bien en un atadito y quedaron con un diminuto pantalón de baño, que siempre lo llevan puesto); mandó así mismo al cocinero prepararnos un buen almuerzo. Mientras éste se cocinaba y se secaba mi ropa, nos entretuvimos jugando a las damas. Con rubor tengo que confesar que no tuve la delicadeza de perdonar a ninguno de mis contrincantes, ni incluso al mismo sargento. iBonita manera de pagarles el hospedaje! ... Bien que otro soldadito, a los pocos días, había de vengar a sus camaradas vencidos, propinándome varias derrotas contundentes. También me entretuvieron agradablemente dándome un concierto de guitarras y canto, y conste que lo hicieron admirablemente, haciendo honor a la fama de artistas que tienen los ecuatorianos. Mientras así, tan sabrosamente, pasábamos el tiempo, amainó el temporal, despejé;>se el cielo y, como si fuéramos amigos viejos, nos despedimos con pena, comprometiéndonos, yo a visitarles de nuevo al regreso de mi gira, y ellos a dispensarme más atenciones que las que entonces había recibido. Pernoctamos en Lagartococha, bonito puesto destinado a campa– mento militar, asfdenominado por la existencia en sus cercanías de una cocha, o lago pequeño infestado de lagartos. A esa cocha van en ciertas épocas del año los pescadores de la ribera del Napo a arpo– near caimanes. El teniente de la fuerza, D. Luis Alfaro, me recibe con grandes demostraciones de afecto: me lleva a la casa de la oficia– lidad, me sienta a comer a su mesa y me ofrece para dormir el único 47

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