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Y quieren ser un homenaje a la fe de quienes se sintieron envia– dos a esta frontera; frontera, lo reiteramos, de tantas cosas: de su resistencia física, de su capacidad comprensiva, de sus formas de creencia. Derrocharon enorme caudal de energía y bondad. Aunque ellos también reconocen ahora, al cabo de los años, que eso no siem– pre es suficiente. En cuanto a la Documentación que incluimos como apéndice, es tan sólo una muestra de la otra faceta del misionar. Según ella, los misioneros se constituyen, en las regiones aisladas donde viven, en factores de "civilización". Y al tocar este tema removemos el poso de 500 años de discusiones en estas tierras. Cuando nos aproximamos a ese punto de 1992, tan ficticio como puede serlo el mismo calendario para los indígenas, se desatan con renovada vitalidad todos los antiguos tópicos y algunas, muy pocas, auténticas esperanzas. No son estas páginas las indicadas para terciar en tal dialéctica. Su voluntad es, por el contrario, presentar muy sen– cillos datos para la historia de lo que puede llamarse "conquista", "resistencia" , "encuentro de dos mundos", etc., según el color del cristal con que se mire. Discutir sobre lo que debiera haber sido la historia indígena nos parece un ejercicio escasamente útil. El choque cultural se dio, se sigue dando con nuevos conquistadores; cualquier forma de cultura tiende a desarrollarse, a crecer, a dominar su entorno. Las culturas, oomo los imperios, nunca son inocentes. Dentro de la que llamamos occidental, -antes cristiana-, los misio– neros cumplieron en el nuevo mundo una función que no puede considerarse uniforme, sino diversificada y con múltiples tendencias incluso contradictorias. Pero todos ellos se constituyeron, cada cual a su estilo, en lo que llamábamos factores de civilización, ya que a ellos les cupo en suerte ser la avanzada permanente de esa cultura entre los pueblos amazóni– cos. Por tanto, la tarea de los misioneros no deberá verse separada de la civilización a la que pertenecen. En este sentido, la Documenta– ción, muy reciente y casi en su totalidad debida a los afanes de quien fue primer obispo del Vicariato de Aguarico , puede representar hasta la actualidad tal vez el rostro más amable, por no decir el menos dañino, de una cultura imperiosa, iconoclasta. Mons. Labaca creyó en la tarea mediadora de la Iglesia. Lejos de los despachos del poder, donde se decide en buena parte la suerte de los pueblos y de las cátedras o tertulias, donde a veces se la idealiza, al misionero no le es dado escoger en la selva entre el bien 35

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