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IV. CRONICAS Y RELATOS DE VIAJE. Falta ahora presentar directamente las páginas que hemos agrupa– do en este volumen. Hay que decir que no están todas las que son, pues otros muchos relatos de estos 30 años no han tenido cabida aquí, pero son todas las que están. Cada una de estas líneas se escri– bió a su tiempo, al paso de los hechos, sin correcciones posteriores y sin intención de darse al público. Todo lo más, en ciertos casos, se pensó en lectores amigos de alguna publicación interna o cuasi fa– miliar. Escritas sin pretensiones, al cabo de los años nos muestran la frescura y carencias de su época. Aunque generalmente no son dema– siado ricas en detalles etnográficos, aportan sin embargo datos signi– ficativos de las gentes o tierras conocidas y, sobre todo, dan muestra de la evolución del misionar. Los misioneros han jugado una partida sin trampa ni cartón, a la vista de todos y creyendo con la mejor fe servir primero a los más humildes. sus hermanos, y al Ecuador, su patria. Sus esfuerzos, como todo lo humano, se desgranan entre el debe y el haber. Presentamos ahora algunos pocos de sus testimonios nada apologéticos. Para quie– nes gusten del conocimiento o de la pequeña historia de los pueblos patrios, estas páginas pueden aportarle datos de interés, siempre que sepa aquilatarlos en su justa medida , es decir, en el tiempo y condi– ciones en que acaecieron. Habrá quizá quienes usen ciertos datos arrancándolos de su época, vale decir malformándolos y convirtién– dolos en palabras fuera de contexto, en caricatura; son gente que renuncia al conocimiento para quedar en la polémica, cuando no en la difamación. Hagamos caso omiso de ellos. Nos interesa más hacer públicos los testimonios de unos creyen– tes' que han vivido en la frontera, río Aguarico , una de las zonas más desconocidas de Ecuador. Ahora que las riberas de estos ríos se han convertido en un rico botín para mil ambiciones, los relatos procla– man la verdad de a quiénes pertenecieron, quiénes moraron ahí y los llamaron suyos. El Aguarico no volverá a ser el río turbulento de "ex– quisita pesca", donde danzaban los bufeos y se multiplicaban prodi– giosamente los caimanes; en el suave y oscuro Cuyabeno no volverán a cubrirse sus playas de charapas o, en el atardecer, jugarán a cientos los lobos marinos. Pero aún las cochas de sus cabeceras guardan algunos ejemplares de lo que fue el reservorio amazónico de los manatíes; todavía permanecen muchos tesoros en sus aguas y selvas circundantes. Estas páginas son, también, una advertencia. 34
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