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Procedentes de Morona Santiago o de Zamora, estas familias han salido de su tierra de origen presionadas por conflictos de tierra, riva– lidades familiares, organizativas, etc. En el Aguarico son colonizado– res, sin ninguna relación con los indígenas tradicionales. Forman en la actualidad dos Centros en la margen izquierda del Aguarico, frente a Pucapeña, y su número rebasa en poco el centenar. La llegada de este grupo intensifica el conflicto cultural en la zona con un mosaico indígena complicado. 8) Petróleo y Colonos. Aunque hubo en la zona exploraciones petroleras anteriores, en 1967 el consorcio Texaco-Gulf descubre grandes reservas de petróleo en el nororiente ecuatoriano. Sus campos principales van a ser los de Shushufindi, Sachas y Lago Agrio ; desde este último lugar constru– yen un oleoducto hasta el puerto de Balao, en Esmeraldas (Océano Pacífico). Al mismo tiempo, se abre una carretera paralela, Coca– Lago Agrio-Quito , y para 1972 ya se está bombeando petróleo. La actividad en la zona petrolera cambia sustancialmente, sobre todo en los Centros Poblados que van surgiendo. Veamos una simple muestra que describa el fenómeno: En 1962 Coca apenas iniciaba su nacimiento; Lago Agrio no existía. En 1974 el Censo asigna a Coca 1211 habitantes; Lago Agrio todavía no apa– rece. Para 1982 Coca aporta 3 996 ciudadanos; Lago Agrio tiene ya 7 237 (34 ). En el transcurso de 1972 hubo 19 compañías petroleras trabajando en Ecuador; su número irá en aumento. Se instalaron campamentos en distintos lugares del Aguarico y Cuyabeno; una buena parte de los adultos Siona-Secoya trabajaron durante cortas etapas en ellos. Sin embargo, los indígenas no aguantaban mucho esa vida petrolera y además se vieron favorecidos por los resultados negativos de los pozos en el sector cercano. El Aguarico continuó siendo un río relativamente desconocido. Con todo, las carreteras petroleras abrieron el Oriente a la última y definitiva conquista. Los diferentes Gobiernos ecuatorianos encon– traron en esta zona inmensas ·'tierras baldías" para dar salida a la presión demográfica y agraria de la Sierra. Evidentemente, los indíge– nas no han llegado a ser reconocidos nunca como ciudadanos de cul– tura propia y sus derechos, más allá de los discursos, siguen siendo menospreciados (35 ). 27

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