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existe el ecumenismo, que si es bien aprovechado todo será igual que si fuéramos nosotros; y tendremos una Iglesia con los ministerios entre los mismos nativos. Dejamos a San Pablo, llegando a Campo Eno, grupo de Sionas, menos organizados, o casi sin ninguna organización; escasamente tienen un profesor que a la vez hace de enfermero. Aquí hay un personaje bien típico, Genaro, conocido y querido por todos. Es aún joven, soltero, bien alegre y con todas las caracte– rísticas de Siona; siempre está con su cushma de vivos colores. A la mañana lo vemos haciéndose sus tatuajes, también con vivos colores, en la cara. Se adorna con bellos collares hechos por él mismo, su corona también tejida por él, y le acompaña su instrumento musical, llamado choseú. Es un trozo de chonta en forma de arco y una cuer– da: se lo colocan en la boca, mueven los labios para que cambie de sonido, y produce una bella música, con la que nos acompaña en la Misa. Es un grupo muy pequeño y con pocas posibilidades de progreso. Son parecidos en todo a los Secoyas; hablan un poco diferente. Ahora cambiamos de río, entrando por el Eno para llegar a la familia de Dionisio, perteneciente al grupo de los Sionas, reunidas allí tres familias con sus diferentes casitas, pero familiares todos. Dionisio es uno de los más ancianos. Fabrica bellas shigras y hamacas para vender a los turistas; cultiva el tabaco, una de sus distracciones favoritas, el plátano y la yuca para la chicha; y en fin, lo poco que ellos comen, todo lo tienen a mano. Siempre nos está pidiendo la medicinita para el dolor en los huesos y el jarabe para la tos. Nos pregunta: "¿Cuándo vuelven?". "Dentro de tres meses", responde– mos, y nos dice: "Yo vivir. Cuando vuelvan, yo teniendo hamacas para venderles". Al lado vive Rubén Yiyocuro con su esposa. En una chocita aún más pobre vive una anciana sordita, sola; vive sentadita en una tarimita mirando al río, pero siempre sonriente y alegre. Pidieron se hiciera el bautismo de uno de los nietos de Rubén y el padrino fue nuestro motorista, Ernesto Digua, que a la vez es misionero que nos ayuda en todas nuestras correrías. Hacerse compadre es para ellos una cosa muy sagrada, y él acepta con mucho gusto. La ceremonia, muy sencilla, pero muy sentida. Ernesto le regala un vestidito rojo muy a propósito para ellos, que les gustan los colores vivos. Al reci– birlo se alegraron muchísimo, y en medio de muchas risas, se lo pusieron. Eran muchos los comentarios, pero no entendíamos nada; 280

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