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Tienen una casa m1mma, pero en ella nos ofrecen un sitio para pasar la noche. Dormimos: el matrimonio, seis hijos, el Padre, el pun– tero, una "clueca" que está incubando sus huevos, dos búhos y un periquito. El puntero, tal vez consecuencia de las emociones, no mide bien el ancho de la hamaca y aún no había acabado de subirse cuan– do aparece sentado en el suelo. Caída sin complicaciones. 20. Amanecemos bien temprano. Estamos preocupados por el motor. El dueño de la casa promete ayudarnos echándole una miradi– ta; lo mira, sí, pero... no ve nada. Nos dicen que en la próxima casa, la de Rogelio Tangoy, sí podrán arreglarnos la avería, porque él en– tiende. Después de intentar, con poco éxito, terminar con el gran plato de arroz, dos huevos, dos trozos de carne y una taza de café negro que nos ponen para desayunar, atendemos a los miembros de la familia que están enfermos, y salimos con la esperanza de encon– trar a Rogelio Tangoy. Todo quedó en eso, esperanza. El Sr. Tangoy ya había salido de su casa, y en lugar de ir hacia arriba para recoger a los niños de Camilo, como tenía el motor un poco averiado, empren– dió el camino de Rocafuerte. Uno de los "huahuas" estaba enfermo; le atendimos. A petición del Padre nos dan una tahona, que puede ayudar a salvar los obstáculos que encontremos. Nuentra intención es llegar a Lagartococha a ver si los militares pueden ayudarnos. Como el motor ya no hace ruido y además bajamos bastante lenta– mente, podemos ver desde más cerca las tortugas en las playas, peces que dan brincos fuera del agua y una manada de monos paseando y chillando por los árboles de la cercana selva. Unos indígenas que surcaban en quilla nos dicen que el campa– mento está muy cerquita; dos horas más tarde aún no lo vemos; está oscureciendo. Llegamos a un punto en que el río se divide en dos brazos; la corriente nos arrastra por el más cercano. Pese a los esfuer– zos que hace el Padre... nos vamos de lleno encima de un tronco bien grandote y allí nos quedamos. Examinamos la situación: Esta– mos bien subidos en el árbol, al lado un cañaveral, detrás una playa pequeña; después del cañaveral, unos remolinos bastante grandes y más palos. La corriente es impetuosa; tal vez nos empujaría contra los otros troncos que sobresalen más abajo; no tenemos remo y ya es de noche: nuestra posición no es muy alentadora. El Padre baja por la palizada a inspeccionar la playa. No está del todo mal; así que decidimos quedarnos. Traslado de nuestro 'equipo nocturno" a la playa; linterna y machete. Se colocan hamacas y mosquiteros. Nos vamos a dormir. Por suerte la noche está muy despejada; no llueve.

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