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De punta a punta de las alas mide 2,10 metros ; las garras son harto grandes y el torvo pico habla bien a las claras de la rapacidad de su dueño. El Sr. Coquinche nos cuenta la historia de la "Chieharra macha– cuí", alias "serpiente voladora", cuya picadura los caucheros y aún ahora los indios creen mortal. El único y eficaz contraveneno es reali– zar el acto sexual en el plazo de dos horas. Casualidad : a los casados que viven en compañía de su mujer no los pica la "chicharra". El "contraveneno" pide plata por el remedio, pero no se niega a salvar una vida en peligro. Al retirarnos a dormir, la sinfonía multiforme de ruidos en la selva nos acompaña. Hay un algo de melancolía y quietud en las verdosas aguas del Cuyabeno. 19. Después de la noche de descanso, el primer motor estropeado se pone en marcha. La familia Coquinche contempla con gran pena nuestros preparativos para dejarles. Les damos algunos medicamentos y ellos nos regalan una cabeza de plátanos, y pareciéndoles poco todavía quieren matar una gallinita para que almorcemos en el camino. No aceptamos. Nos despiden triste pero efusivamente. Se llevan el número uno en hospitalidad en un grupo de familias suma– mente hospitalarias. Parada en casa de Dña. María. Como el profesor todavía no está, les dejamos algunos medicamentos para que ellos repartan según las necesidades. No nos dejan salir hasta que comemos unos huevitos y tomamos "chuculita" (batido de plátano). Las atenciones de la Sra. María de Chávez inmejorables, como siempre. El motor sigue funcionando. Recogemos a una niña del interna– do, Luz María Tangoy, que está pasando unos días en casa de su hermana Fabiola y ahora se reintegra al hogar paterno para hacer la maleta y trasladarse al internado. Mientras se llenaba el tanque de gasolina, el motor se apaga y resultan vanos los esfuerzos para que vuelva a encenderse. No sin grandes esfuerzos, con la colaboración de un remo chiqui– to, el Padre consigue mantener en ruta la canoa. De pronto, la co– rriente, bastante fuerte, nos arrastra y tropezamos con unos troncos. Faltó poquísimo para que el Padre no se diera un baño de impresión, y el remo... se fue río abajo. Seguimos, ahora ya completamente a la deriva. Al pasar delante de la casa de Camilo Tangoy, padre de Luz María, les llamamos y salen con una quilla a recogernos. Sin remos no podíamos parar solos. 232

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