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y hace todo lo posible por marcharse. A nosotros, sobre todo al Padre, nos agrada su compañía, y sin tener en cuenta la opinión de "Don Cicuta" (enseguida le bautizamos), decidimos que pase a engro– sar el número de tripulantes de la canoa. Ya tenemos, pues, un mote– lo, Petra, y el búho Don Cicuta. Unas plantas parásitas con una flor preciosa nos hacen detener para obtener la "tipical" foto; pensando que será un detalle bonito para el jardín de las Hermanas, las subimos a bordo. El motor, de gana, empieza a fallar. En una playa chiquita se hace el cambio. No pasan ni 8 minutos cuando, también de gana, falla este segundo motor. Con mucha prosapia extendemos el mantel y nos ponemos a comer: "Las penas con pan... ". Trazamos el plan de regreso, ¿qué otra cosa podíamos hacer? Fracasamos así en nuestro proyecto de llegar a las familias Cushmas que viven en el río Cuya– heno, a 6 horas a motor desde su desembocadura. Al doblar un recodo del río vemos una casa. El dueño sale a recibirnos. Nos invitan a subir y nos ofrecen unos cuencos enormes llenos de chicha de yuca, dos piñas y tres huevos azules. Les decimos que nuestra intención es continuar hasta la casa de Dña. María para ver si allí nos ayudan a arreglar la avería del motor. Se ofenden ante la idea de nuestra marcha. El Sr. Mario Adolfo Coquinche, cuyos ojos azules evidencian un progenitor "gringo", como él mismo nos aclara sonriendo, hará todo lo que esté en su mano para que nos encontre– mos cómodos, y desde luego, de marcha... ni hablar, tenemos que dormir allí. La lluvia que empieza a caer colabora con el dueño de la casa. Nos quedamos. El matrimonio Coquinche es agradabilísimo. Tan sencillos como atentos y hospitalarios. Vive con ellos una hija "señorita" que su padre está dispuesto a casar, palabras textuales, cuando venga a pedir su mano algún "huambra" honrado que le ayude a trabajar la chacra. La niña no sabe leer, no fue nunca a la escuela. Nos pide un librito que tenga el "padrenuestro" para que cuando venga su hermano se lo lea. El Sr. Mario Adolfo Coquinche tiene una idea personalísima y estupenda de Dios, conversa con El muchas veces durante el día y aun en la noche. Tanto él como su señora nos cantan en quichua. El Padre graba en el magnetofón las canciones. Cantando al "huahua" que se murió, la mamá se emociona tanto que termina llorando. La velada se prolonga largo rato. Mientras hablamos, la Sra. Coquinche teje una "ashanga" (cesta) con "chambira". Al puntero le gusta y se la compra. Al Padre le regalan unas plumas de "anga" (gavilán). 231

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